Noviembre: mes para considerar el más allá

Queridos diocesanos:

En la próxima semana comienza el mes de noviembre, con la celebración de la fiesta de Todos los Santos el día primero y con la Conmemoración de todos los difuntos, el día dos.

 El mismo mes de Noviembre suele ser calificado como el Mes de las Ánimas, porque el pueblo cristiano tiene la buena costumbre de orar especialmente en este mes por los difuntos y ofrecer sufragios por su eterno descanso.

Efectivamente, el mes de noviembre, con el que termina el Año Litúrgico para comenzar el nuevo Año con el Primer Domingo de Adviento, siempre próximo a la fiesta del Apóstol San Andrés, el 30 de Noviembre, nos ofrece la oportunidad de pensar en el más allá.

 Nuestra consideración sobre la eternidad se proyecta, desde nuestra fe en la Comunión de los santos, en una doble dirección: Honramos a unos como santos y ayudamos a nuestros difuntos con oraciones y sufragios. Al mismo tiempo, esperamos de ellos su ayuda por medio de su intercesión por nosotros ante el Señor.

En el último artículo del Credo profesamos nuestra fe en la vida perdurable o eterna. 

La Iglesia nos invita a intensificar la consideración y el convencimiento y a renovar nuestra fe en que nuestra vida y la misma Iglesia son camino hacia la eternidad. 

La vida no termina con la muerte y la Iglesia misma es una etapa hacia lo definitivo. Con la muerte no termina todo, sino que comienza la vida definitiva, para la que la presente es camino y preparación. 

 Nuestra fe en Jesucristo Resucitado y en la Comunión de los santos nos ayuda a enfrentarnos con la muerte y con el más allá con una actitud distinta a la de los que no tienen fe. La separación de nuestros seres queridos por la muerte o nuestra propia muerte no son sino el final de una etapa, pero no el final definitivo o la destrucción total, como no lo fue para el Señor.

 Vivir con esta fe y con esta esperanza hace que nuestra vida esté siempre orientada hacia ese futuro, que no es una utopía o una vana ilusión, sino que ya ha comenzado en Cristo, Muerto y Resucitado, que es nuestra Cabeza y nos precede y llevará con Él.

En esta misma fe se asienta nuestra veneración de los santos, de los que creemos que viven ya con el Señor para siempre, interceden por nosotros y nos sirven de guía modelo.En esta fe y en esta esperanza se asienta también nuestra oración por los difuntos. Nuestra Comunión con los que nos han precedido en la fe y duermen ya en el Señor no se rompe con la muerte.

 Sólo se interrumpe la relación condicionada por los sentidos. Pero permanece la comunión en el orden espiritual, por nuestra común unión en Cristo, Cabeza de la Iglesia, tanto de los vivos como de los difuntos. No tenemos una relación directa con los difuntos, porque con la muerte se pasa a una nueva dimensión.

 Pero la comunión con ellos en Cristo es tan fuerte como en vida. Por eso oramos al Señor por ellos y esperamos que ellos también intercedan por nosotros. En Cristo se encuentran nuestro afecto hacia nuestros difuntos y su amor hacia nosotros.

Es una práctica y una costumbre buena y saludable orar por nuestros hermanos difuntos y ofrecer sufragios por su eterno descanso. Nuestras buenas obras, unidas a la ofrenda de Cristo por todos, adquieren un gran valor en beneficio de nuestros hermanos difuntos, que repercute también en provecho nuestro. 

Os saluda y bendice vuestro Obispo
 Mons. José Sánchez González,
Obispo de Sigüenza-Guadalajara