La Sagrada Familia: Jesús, María y José



Evangelio: Lc 2, 41-52
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:
Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.

Y él les dijo:
—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Bajó con ellos, vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.

En la Octava de Navidad encontramos algunas festividades de reconocida antigüedad como lo son la de San Esteban protomártir y la de San Juan, apóstol y evangelista.  Pero no así esta “Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José” que se celebra en el domingo dentro de la Octava de Navidad, o en caso de no existir tal, el 30 de diciembre. En realidad, dicha fiesta tiene poco más de un siglo de tener carácter universal en el rito romano.
Sus más remotos orígenes podemos rastrearlos en la Europa de los siglos XVI y XVII, donde empieza a abrirse paso como festividad local, especialmente en Francia. Será allí, más exactamente en Lyon, donde el presbítero de la Compañía de Jesús, P. Francisco Felipe Francoz, funda la “Pía Asociación de familias cristianas consagradas a la Sagrada Familia” en 1861, que le da un impulso especial al culto y devoción a la Familia de Nazareth. En 1880 Su Santidad León XIII escribiría la encíclica dedicada a la familia cristiana “Arcanum Divinae”. Él mismo, movido por todo lo anterior, instituiría la fiesta en el calendario universal el III domingo después de Epifanía con carácter facultativo, en 1893.
"La Sagrada Familia", óleo de Domenikos Theotokopoulos "El Greco". Hispanic Society of America, Nueva York (EEUU).
“La Sagrada Familia”, óleo de Domenikos Theotokopoulos “El Greco”. Hispanic Society of America, Nueva York (EEUU).
En la reforma litúrgica que San Pío X llevó a cabo entre 1911 y 1913 todas las fiestas fijadas en domingos fueron suprimidas, salvo la del Nombre de Jesús y la de la Santísima Trinidad, así que nuestra festividad desaparecería del calendario universal. Con todo, en 1914 Su Santidad Benedicto XV permitiría su misa votiva [1]fijándola el 19 de enero. Habría que esperar hasta 1921 cuando fue reincorporada al calendario, esta vez como fiesta obligatoria, estableciendo su celebración el domingo infraoctava de la Epifanía [2]. La razón que llevó a sacrificar por esta vez los principios de la reforma de San Pío X fue que la lectura evangélica de esta fiesta correspondía a aquella que tradicionalmente se hacía el domingo siguiente a la Epifanía. Allí se conservaría nuestra fiesta hasta la reforma de 1969, que la desalojaría de aquel lugar para dar paso a otra fiesta de reciente factura, el Bautismo de Jesús, y trasladaría a la Sagrada Familia al primer domingo después de Navidad, posición que ocupa en la actualidad.
Finalmente valga apuntar que los cristianos coptos poseen dos fiestas referidas a la Sagrada Familia: el 6 de hator (noviembre) se celebra la huída de la Sagrada Familia a Egipto, y el 24 de pasons (mayo) se festeja su correspondiente llegada y permanecia.
Dairon
[1] Una misa votiva es aquella que se ofrece según la piedad del celebrante o de algún grupo de fieles, siempre a la libre elección de éstos y por tanto, distinta a la misa propia del tiempo que el calendario prescriba.  Antes de la reforma litúrgica de 1969, muchas de estas misas opcionales estaban referidas a días de la semana o a fechas fijas en el calendario.
[2] Para estas épocas, muchas fiestas gozaban del privilegio de una octava, desvirtuando así su primitivo significado exclusivamente pascual
Fuente: preguntas de santoral


     En este domingo, el siguiente a la Navidad, celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia. Pensamos en oración en la Familia de Jesús, María y José, que es modelo de toda familia. Por eso trataremos de evocar, si los hemos olvidado, los momentos de convivencia entre ellos que los Evangelios nos transmiten, desde que contemplamos a María desposada con José hasta que la vemos al pie de la Cruz, acompañando a Jesús en el momento de la muerte.
        En estos días, inmediatamente posteriores a la Navidad, nos imaginamos fácilmente Jesús como un Niño. ¡Qué fácil es tratar con los niños! No hacen falta presentaciones retóricas, ni solicitar audiencia previamente. Es mejor un lenguaje claro pero sencillo. Conviene hacerse a su mentalidad, hacerse un poco niños, pero a la vez tomarlos en serio: quien entiende mejor a un niño y quien mejor se hace entender por él, es otro niño.
        No es difícil ser niños, nada les cuesta a los pequeños, pero es preciso librarse del afán de sobresalir, de quedar bien, tan típico a veces de los mayores y que nada les importa, sin embargo, a los que tienen pocos años.

        Pertenecemos a la familia de Dios, y delante de Dios, que es Eterno, tú eres un niño más chico que, delante de ti, un pequeño de dos años.
Y, además de niño, eres hijo de Dios. —No lo olvides.
 Esto nos recordaba san Josemaría: que somos hijos de Dios por el Bautismo. Y como queremos ser buenos hijos, por eso debemos hacernos como niños siguiendo el consejo del Señor: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.Y ya sabemos que la humildad está en el reconocimiento de nuestra condición limitada, de nuestra fragilidad, de sabernos necesitados de ayuda: así son los niños, se sienten débiles y, a pesar de todo seguros, porque saben que cuentan con la fortaleza y la protección de todos en su familia, especialmente de sus padres.

        Por eso, al agradecer a nuestro Señor que nos haya querido de su Familia, hijos suyos, le pedimos nos conceda la virtud de la humildad que nos hace niños sencillos. Nada nos cuesta así pedirle la ayuda que como buen Padre nos quiere prestar, para que le amemos más cada día para nuestro bien: para reconocer nuestros errores y, arrepentidos, pedir perdón y rectifcar; para lograr esos objetivos que nos desarrollan en su presencia haciéndonos más aptos, más adultos como cristianos en su servicio. Con esa sencillez querremos pedirle, con infantil desparpajo, tantas cosas buenas que nos ilusionan y le agradan.
Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. -¿Quién pide... la luna? -¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo?
"Poned" en un niño "así", mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere.


        Estas palabras, también de san Josemaría, describen el que puede ser nuestro tono habitual con Dios. Podemos ser, debemos ser y sentirnos, hijos pequeños de nuestro Padre Dios, que no tienen medida y piden la luna, confiando en su Padre y en Santa María, su Madre. Así nos quiere Dios. No olvidemos que Jesucristo reprocha la poca fe y la poca audacia para pedir: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. O ¿quién hay entre vosotros, al que si su hijo pide un pan le da una piedra? ¿O si le pide un pez le da una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?

Cada uno nos reconocemos con muchos defectos y débiles, pero nuestro Padre Dios es Todopoderoso e inmensamente bueno. No pensemos que es como nosotros, pues quiere mostrar con sus hijos los hombres su santidad y su poder. No queramos ser con Dios como los mayores en sus negocios terrenos, que primero calculan las dificultades, los riesgos, las posibilidades..., para luego decidir. Si somos niños, sólo pensaremos que es nuestro Padre Dios quien nos espera con amor, y que siempre está a favor nuestro.
        Y no olvidemos a nuestra Madre, que sabrá meternos cada día más en nuestra verdadera Familia sobrenatural, para la que hemos nacido en la familia humana de nuestros padres y hermanos. Ella, con suavidad de Madre, nos hará más próximo, si se lo pedimos, el corazón de Dios.
Fuente: Fluvium