Orígen de la devoción al Inmaculado Corazón de María


La devoción al Inmaculado Corazón de María tiene su origen en las Apariciones de Nuestra Madre del Cielo en Portugal a los tres pastorcitos, Jacinta, Lucía y Francisco. Sin embargo, hay indicios y menciones al corazón de la madre de Jesús de Nazaret en diversos padres de la Iglesia, textos que son retomados en el siglo XVII, como consecuencia del movimiento espiritual que procedía de San Juan Eudes (1601-1680), misionero francés fundador de los Eudistas.

En la tercera aparición, la Virgen de Fátima le dijo a Lucía:
Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra... Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes... Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz... Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz.

La pequeña Jacinta presentía que llegaría su final en el mundo y, en una conversación con Lucía, ella, que apenas contaba con diez años, dijo: A mí me queda poco tiempo para ir al Cielo, pero tú te vas a quedar aquí abajo para dar a conocer al mundo que nuestro Señor desea que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Diles a todos que pidan esta gracia por medio de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo.

Esta fiesta se celebra el sábado posterior al segundo domingo después de Pentecostés. Esta Solemnidad nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de Jesús. Y es que en María Santísima todo nos dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad. Pareció por tanto más oportuno que los dos corazones, el Corazón de Jesús y el Corazón de María, estuviesen juntos también litúrgicamente.


Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía,
yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma,
mis pensamientos y mis acciones.

Quiero ser como tú quieres que sea,
hacer lo que tú quieres que haga.

No temo, pues siempre estás conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús,
con todo mi corazón y sobre todas las cosas.

Pon mi mano en la tuya
para que esté siempre contigo.
Amén...