LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA. EVANGELIZAR A TODOS LOS PUEBLOS. IGLESIA CATÓLICA
Fuente: mercaba.org
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Que el preadolescente descubra:
- que evangelizar implica despertar la esperanza de todos los hombres y, en especial, de los más cansados y agobiados;
- que es misión esencial de la Iglesia anunciar la buena nueva, evangelizar a todos los pueblos;
- que la vocación cristiana es también vocación al apostolado y que el Espíritu acompaña en esta vocación hasta el fin de los tiempos.
El hombre, expuesto al cansancio de la vida
156. El cansancio, la fatiga, los agotamientos corporales y mentales de todo género, constituyen problemas particularmente típicos de nuestro tiempo. Nuestro mundo tan empeñado en crear un "habitat" confortable y feliz para los hombres es, de hecho, un mundo que cansa. Quizá por sus ruidos, sus velocidades, sus urgencias..., o quizá, simplemente, por sentirse este mundo nuestro incierto y amenazado. En todo caso, el cansancio de la vida es algo más que la suma de los cansancios físicos contabilizados, de personas y de cosas que nos cansan. De hecho, el hombre existe permanentemente expuesto al cansancio de la vida.
Una tensión entre el proyecto y la incapacidad
157. La experiencia humana concreta se constituye en sí misma por deseos sin límites y, al mismo tiempo, por una fragilidad elemental para realizarlos; por un proyecto ambicioso y la imposibilidad de llevarlo a cabo. La vivencia de lo negativo de la fragilidad y de la imposibilidad inclina fácilmente al hombre a la decepción, incluso a la duda de que su proyecto de vida sea, al fin y al cabo, una ilusión inútil.
158. El cansancio no es característica exclusiva de nuestro tiempo, sino una experiencia de alcance universal y permanente. El evangelio dirige una llamada a los cansados y agobiados de todo tiempo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30).
Despertar la esperanza de los hombres
159. Jesús comienza despertando la esperanza de los hombres. Sacude su adormecimiento, su resignación, su desesperanza, anunciándoles que, a la puerta, está el Reino de Dios tanto tiempo esperado. La buena nueva es que los tiempos se han cumplido y que la acción salvadora de Dios va a manifestarse, que ya se está manifestando en Jesús. Para nosotros, hombres del siglo XX, la buena nueva es que el Reino de Dios continúa en gestación en el mundo de los hombres y que podemos poner las esperanzas de nuestra vida en el desarrollo y realización plena del Reino de Dios.
160. "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Esto es lo esencial del mensaje. De este modo, Jesús sitúa su predicación en la línea de los grandes profetas; todos ellos llaman a la conversión y anuncian un acontecimiento, la acción de Dios. Pero esta vez la persona misma del mensajero se convierte en el centro de la buena nueva. El Evangelio es Jesús (Cfr. Mc 1, 1). Con El se hace presente el Reino de Dios (Mt 12, 28). Así se ve a las muchedumbres correr presurosas en torno al mensajero de la Buena Nueva y esforzarse por retenerlo. Pero el Evangelio debe ser anunciado en todas partes: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado" (Lc 4, 43).
La respuesta al Evangelio: Conversión y fe
161. La respuesta al Evangelio será conversión y fe: "Convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Jesús anuncia una gracia de perdón (Mc 2, 10.17), de renovación (Mc 2, 21-22). Espera del hombre que, reconociendo y confesando su pecado, ponga su vida en función del Evangelio: "Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mt 8, 35). El que abandone todo a causa de Jesús y del Evangelio recibirá desde ahora el ciento por uno, aun con persecuciones (Mc 10, 29-30).
El anuncio de la salvación liberadora
162. "Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del Maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la Venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuando tendrá lugar, a excepción del Padre (cfr. Mt 24, 36; Hch 1, 7; 1 Ts 5, 1-2)" (Pablo VI, EN 9).
Un sencillo y profundo mensaje, y una enseñanza más desarrollada. Kerygma y catequesis
163. En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva anunciada de dos formas: la de un sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando el Reino de Dios y exhortando a la conversión y a la fe; y la de una enseñanza más desarrollada que, como Maestro, dio a sus discípulos. A estas dos formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden dos actividades esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática (kerygma: mensaje, proclamación) y la actividad catequética.
164. Jesús se presenta a los hombres como el enviado de Dios por excelencia, el mismo que habían anunciado los profetas (Is 61, lss; 42, 6-7; 49, 5-6). La parábola de los viñadores homicidas subraya la continuidad de su misión con la de los profetas, marcando al mismo tiempo la diferencia fundamental: el padre de familia, después de haber enviado a sus servidores, envía finalmente a su hijo (Mc 12, 2-8). Por eso acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar a Aquel que le ha enviado (Lc 9, 48; 10, 16). Esta conciencia de su misión deja entrever la relación misteriosa del Hijo y del Padre: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas... Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna" (Jn 12, 44-49).
"Como el Padre me envió, también yo os envío"
165. La misión de Jesús continúa en la de sus propios enviados, los Doce, que por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de los Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Esta palabra ilümina el sentido profundo del envío final de los Doce por Cristo Resucitado: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15; cfr. Mt 28, 19-20). La misión de Jesús alcanzará así a todos los hombres gracias a la misión de sus Apóstoles que continúa operante en la misión de la Iglesia de todos los tiempos, ya que los Doce fueron el inicio de todo el Pueblo de Dios, del conjunto de los creyentes y de sus pastores auténticos: "Los apóstoles fueron los gérmenes del Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el &rigen de la jerarquía sagrada" (AG 5).
166. Para cumplir su misión, los Apóstoles y todos los que anuncian el Evangelio no están solos y abandonados a sus propias fuerzas, sino que la realizan con la fuerza del Espíritu: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8; cfr. Jn 20, 21ss; 1 P 1, 12). La misión del Espíritu es así inherente al misterio mismo de la Iglesia, cuando ésta anuncia la palabra para cumplir la misión recibida de Jesús. La misión del Espíritu, que da testimonio de Jesús Resucitado (Jn 15, 26), viene a ser así el centro de la experiencia cristiana y el "alma de la Iglesia".
La Buena Nueva que anuncia la Iglesia: Cristo ha resucitado. Convertíos
167. La misión de Cristo es recibida por la Iglesia naciente y puesta en práctica de modo inmediato. La Buena Noticia es que Jesús ha resucitado: "Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36). La resurrección de Crist$ pasa así a ser el centro del Evangelio. Ante ello, es menester convertirse e incorporarse por el Bautismo a la comunidad de creyentes (Hch 2, 38-41; 3, 19). La Buena Nueva va acompañada de los signos prometidos por Jesús (Mc 16, 17; Hch 4, 30; 3, 12-16; 8, 6-7; 19, 11-12). Se propaga en una atmósfera de pobreza, de sencillez, de fraternidad y de gozo (Hch 2, 46; 5, 41; 8, 8.39). El Evangelio encuentra por todas partes corazones que están en armonía con él, deseosos de oír la palabra de Dios (Mt 13, 8.12), deseosos también de saber lo que hay que hacer en consecuencia (Hch 2, 37; 16, 30).
168. Cristo vino para anunciar y realizar entre los hombres la Buena Noticia. La Iglesia nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a todos los hombres. Ella es el sacramento universal de salvación: la anuncia y realiza. Su renovación constante tiene aquí su objetivo: potenciar su actividad misionera universal, buscar nuevos cauces por los que los hombres conozcan, acepten y vivan el plan de Dios, despojarse de todo aquello que impide, en cada momento, la evangelización, realizar todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad del Evangelio. Dice el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras" (AA 2).
La vocación cristiana es vocación también al apostolado. "¡Ay de mí, si no evangelizare!"
169. La Iglesia la formamos todos los creyentes en Cristo. A todos nos compete la responsabilidad de evangelizar, como dice San Pablo: "Anunciar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y, ¡ay de mí, si no evangelizare!" (1 Co 9, 16). "La vocación cristiana es por su misma naturaleza vocación también al apostolado. Así como en el conjunto de un cuerpo vivo no hay miembros que se comportan de forma meramente pasiva, sino que todos participan en la actividad vital del cuerpo, de igual manera en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno de sus miembros (Ef 4, 16). No sólo esto. Es tan estrecha la conexión y trabazón de los miembros en este cuerpo (Cfr. Ef 4, 16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo" (AA 2).
170. "Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen, pues, en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizada y evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cfr. Hch 2, 11). Por lo demás, la Buena Nueva dél reino que llega y que ya ha comenzado es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación pueden y deben comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13).
Evangelizar, misión de las comunidades eclesiales
171. La Iglesia universal se concreta en comunidades eclesiales más pequeñas (diócesis, parroquia, grupos de cristianos, movimientos apostólicos, familias cristianas, etc.): De todas ellas hay que decir, guardando la proporción, lo que el Concilio señala de la diócesis: "En ella está y obra la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica" (CD 11).
Toda comunidad debe, por tanto, ser misionera, por ser condensadamente, presencia eficaz de la única Iglesia de Cristo. Las actitudes de campanario son una traición al ser cristiano de una comunidad y el medio más eficaz de autodestrucción: "La gracia de la renovación en las comunidades no puede crecer, si no expande cada una los campos de la caridad hasta los confines de la tierra y no tiene de los que están lejos una preocupación semejante a la que siente por sus propios miembros" (AG 37).
Pablo VI dice: "Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa" (EN 14).
La Universalidad, referencia a la totalidad
172. La universalidad, anunciada por los profetas (Gn 22, 18; Ga 3, 16; Is 2, 2ss; 54, lss; Mi 4, lss; Za 8, 20; Ml 1, 11; Sal 2, 7ss; 71, 8-17; etc.) y encomendada por Jesús a sus discípulos (Mt 28, 18ss), ha chocado siempre con la tentación de secta. La actitud sectaria se caracteriza por la falta de referencia a la totalidad. La secta no refiere los aspectos particulares del mensaje al conjunto de la Revelación; no sitúa los hechos particulares de la vida en una estructura de conjunto; no manifiesta la relación de la Iglesia con la totalidad del mundo, la cultura, la historia humana.
173. La realidad de la Iglesia en su vertiente universalista no es algo vago o puramente ideal, sino que tiene rostro concreto en esta comunión de fe y caridad, de participación en los mismos sacramentos, que es inseparable de la unión de fe con el Papa y los Obispos. Por ello la expresión "Iglesia católica" tiene una significación concreta, que no es sustituible por lo que tiene de abstracción la fórmula más vaga de "Iglesia universal". La Iglesia, fundada por Cristo, es católica. "Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negaran a entrar o a perseverar en ella" (LG 14).
El Pueblo de Dios, para todos los hombres
174. "Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual este pueblo sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (Cfr. Jn 11, 52)... El único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos... La Iglesia... no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe congregar esa unión de aquel Rey, a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (Cfr. Sal 2, 8). Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu (Cfr. S. Ireneo, Adv. Haer. 16, 6; 22, 1-3)" (LG 13).
Plenamente consciente del plan salvador de Dios realizado por medio de Jesucristo
175. El plan salvador de Dios no se refiere solamente al hecho de la salvación, sino también al modo de realizarla a través de Cristo: Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús" (1 Tm 2, 4-5). 0 como dice el Evangelio de San Juan: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17, 3). Dios quiere que todos los hombres se salven siendo plenamente conscientes de su plan salvador realizado por medio de Jesucristo (Cfr. AG 7). La Iglesia, en su actividad misionera, discierne y asume las "semillas de la Palabra" sembradas por Dios en medio de todos los pueblos. Pero se siente urgida "a hacerse presente de modo plenamente actual" en medio de las gentes por la predicación explícita del Evangelio, "por los Sacramentos y demás medios de gracia, de manera que les haga patente el camino libre y seguro para la total participación en el misterio de Cristo" (AG 5). La Iglesia sabe que a ella le incumbe "el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo" (AG 5), aportando los bienes de la Alianza definitiva a todos los hombres y naciones, no de manera esporádica y ocasional, sino de modo estable y pleno.
176. La salvación de Dios alcanza también a los que inculpablemente desconocen el Evangelio y se esfuerzan, ayudados por la gracia, en conseguir una vida recta, siguiendo el dictamen de la propia conciencia: "Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan en cumplir con las obras de su voluntad conocida por el dictamen de su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que hay en los paganos, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, .para que al fin tengan vida" (LG 16). Los esfuerzos con los que los hombres buscan de muchas maneras a Dios, para ver de dar con El, si es posible, y encontrarlo, aunque no está lejos de cada uno de nosotros (Hch 17, 27) necesitan ser iluminados y sanados, si bien es verdad que, por benevolente designio de la Providencia divina, pueden alguna vez considerarse como pedagogía o preparación para el Evangelio (Cfr. AG 3).
El Evangelio ilumina el misterio humano
177. El anuncio de la Buena Noticia no sólo busca el establecimiento de unas relaciones filiales del hombre con Dios, sino también provoca en el hombre un verdadero conocimiento de sí mismo, de su dignidad personal, de la dignidad de los demás, del valor de las cosas, del sentido de las circunstancias y situaciones humanas: vida, trabajo, alegría, sufrimiento, enfermedad, muerte, esperanza. Dios es la verdadera raíz de los derechos humanos, la fuente del verdadero compromiso en la transformación del mundo, el quicio de la verdadera paz, de la justicia, de la unidad. El verdadero humanismo será una utopía mientras no se funde en el Evangelio: Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (GS 22).
178. La llegada de la Buena Noticia a los hombres que aún no la conocen —¡son tantos!, la mies es mucha (Lc 10, 2)— se realiza en la actividad misionera de la Iglesia. En esta misión la Iglesia no sustituye a Cristo. Cristo, presente eficazmente en la Iglesia, sigue evangelizando hoy en medio de nosotros: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).