Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.


Queridos amigos,

Hoy celebramos el segundo domingo de Navidad, excepto en los lugares donde el 6 de enero no es festivo, que celebran la Epifanía del Señor (los Reyes Magos). Pero no debemos olvidar que el 3 de enero es, también, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús. Por eso os adjunto una reflexión sobre esta fiesta.

Comencemos recordando que el Nombre de Jesús fue impuesto por Dios mismo (Mt 1,21; Lc 1,31) y describe la misión del Hijo de María, ya que significa «Yahvé salva»; o también «El que salva con la fuerza de Yahvé».
En la Biblia, el nombre define a la persona y tiene la capacidad de hacerla presente. Por eso, San Pablo dice: «Al Nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo» (Fil 2,10). Y en otro lugar: «Hemos sido purificados, salvados y santificados en el Nombre del Señor Jesucristo» (1Cor 6,11). Está claro que, en el primer caso, se nos pide que adoremos a Jesús y, en el segundo, se nos dice que Jesús nos ha salvado. Él mismo oró diciendo: «Padre, yo he manifestado tu Nombre a los hombres» (Jn 17,6) y «Padre justo, yo les di a conocer tu Nombre, y seguiré dándoselo a conocer» (Jn 17,26). Que Jesús nos ha revelado el Nombre de Dios significa que nos ha dado a conocer su identidad más profunda, que ha abierto para nosotros la puerta de acceso a su corazón. El Nombre de Dios es Dios mismo y el Nombre de Jesús es Jesús mismo.

Desde el s. XIII, los dominicos solían dedicar un altar en su honor en la mayoría de sus templos, así como una “sociedad del Santo Nombre de Dios”. Muchos Santos tuvieron una gran devoción al Nombre de Jesús, especialmente el franciscano San Bernardino de Siena (s. XV), que se servía en sus predicaciones de una tabla con el monograma del Nombre de Jesús pintado (IHS en letras góticas, con una cruz sobre la H), rodeado por un sol con rayos. Al terminar sus sermones, los fieles la besaban arrodillados. Por influencia suya, la ciudad de Siena adoptó el monograma de Jesús circundado por el sol como escudo propio. También se generalizó colocar este emblema en las puertas de los Sagrarios. San Ignacio de Loyola (s. XVI) lo convirtió en el escudo de la Compañía de Jesús, con algunos añadidos y fundó la Compañía en un templo dedicado al Nombre de Jesús: Il Gesù de Roma, donde está enterrado. Santa Teresa de Jesús usaba un sello con el mismo monograma y lo escribía al inicio de todas sus cartas. Inocencio VI estableció en 1721 una fiesta del Nombre de Jesús, para toda la Iglesia latina, el segundo domingo después de Epifanía. San Pío X la trasladó al primer domingo de enero (a no ser que cayera el día 6, fiesta de la Epifanía, en cuyo caso, ese año se celebraba el día 2 de enero).
Después de desaparecer del calendario, la nueva edición del Misal de 2002 la recuperó el 3 de enero. Ésta es la oración colecta:
«Dios Padre Misericordioso, te pedimos que quienes veneramos el Santísimo Nombre de Jesús, podamos disfrutar en esta vida de la dulzura de su gracia y de su gozo eterno en el Cielo». Numerosas cofradías de España e Hispanoamérica siguen honrando el Dulce Nombre de Jesús como titular, realizando cultos en su honor y sacando en procesión una imagen del Niño Jesús en el día de su fiesta.

Los antiguos himnos de la fiesta provenían todos del poema de 50 estrofas “Iubilus de nomine Iesu”, escrito en el siglo XI, por San Bernardo de Claraval. Es difícil encontrar un himno cristiano de contenidos más bellos. Emociona especialmente cuando afirma que ni las palabras escritas ni las habladas son capaces de explicar lo que es el amor de Jesús, porque sólo la experiencia permite comprender lo que significa. Estas palabras son una verdadera confesión autobiográfica, que nos muestran que el himno fue escrito por un místico, por una persona que experimentó personalmente el encuentro con Cristo y que intentó transmitir su vivencia a través del poema. Os ofrezco aquí la traducción, que puede ser una preciosa meditación navideña (y para el resto del año, también).

En Maitines se cantaban cinco estrofas, que comenzaban por «Iesu, Rex admirabilis»:
«¡Oh Jesús! rey admirable y triunfador noble, dulzura inefable, deseable todo entero. Cuando visitas nuestro corazón, luce para él la verdad, la vanidad del mundo pierde su valor y dentro hierve la caridad.
¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones, fuente de lo verdadero, luz de las mentes, tú excedes todo gozo y todo deseo. ¡Conoced todos a Jesús, invocad su amor, buscadlo ardientemente, inflamaos buscándolo!
A ti, Jesús, pronuncie nuestra voz, a ti expresen las costumbres de nuestras vidas, a ti amen nuestros corazones, ahora y para siempre. Amén».
En Laudes se entonaban cinco estrofas más, comenzando por «Iesu, decus angelicum»:
«Jesús, honor de los ángeles, dulce música para el oído, miel maravillosa para la boca, néctar celeste para el corazón.
Los que te comen, se quedan con hambre; los que te beben, tienen sed; ya no saben desear sino a Jesús, a quien aman.
¡Oh mi Jesús, dulcísimo, esperanza del alma que suspira! Te buscan las piadosas lágrimas y clama a ti lo más íntimo de nuestra mente. Permanece con nosotros, Señor, y alúmbranos con tu luz; expulsa las tinieblas del alma y llena de tu dulzura al corazón limpio.
¡Oh Jesús! flor de la Virgen Madre, amor de nuestra dulzura; a ti sea la alabanza, honor a tu nombre, a ti el Reino de la felicidad. Amén».

Las cinco de Vísperas son las más conocidas, musicalizadas por muchos autores y, todavía hoy interpretadas en ocasiones diversas. Comienzan así: «Iesu dulcis memoria»:
«Dulce es el recuerdo de Jesús, que trae la alegría verdadera al corazón; pero su dulce presencia es más dulce que la miel y que todas las cosas. No puede cantarse nada más suave, ni escucharse nada más agradable, no puede pensarse nada más delicioso que Jesús, el Hijo de Dios.
¡Oh, Jesús!, esperanza para los penitentes, qué piadoso eres con los que te suplican, qué bueno con los que te buscan, ¿Qué serás para los que te encuentran? Ni la lengua puede decirlo, ni la pluma expresarlo; sólo quien lo ha experimentado sabe lo que es amar a Jesús. Jesús, tú que eres nuestra futura recompensa, sé también nuestra alegría. Que nuestra gloria sea estar contigo por toda la eternidad. Amén».

Aquí tenéis un enlace, para escuchar la versión tradicional gregoriana:
http://www.youtube.com/watch?v=Q7fhC70sr5o

Quiera Dios que todos podamos expresar un día, con el autor del himno, en otra estrofa que aquí no se recoge: «Ya veo lo que busqué y tengo lo que deseé, porque mi corazón se abrasa en el amor de Jesús».

¡Feliz año nuevo a todos!

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Teresianum. Roma.