En el calendario del usus antiquior del rito romano se celebra la festividad del Inmaculado Corazón de María el 22 de agosto, antigua octava de la Asunción, una de las fiestas más importantes en honor de la Santísima Virgen, como que fue la primera que se celebró en Oriente y en Occidente. Es por ello que tradicionalmente se ha dedicado este mes a honrtar con especiales homenajes a tan dulcísimo instrumento de la misericordia divina, a través del cual nos vienen muchas gracias y que ha sido dado, junto con el Sagrado Corazón de Jesús, como extremo remedio para nuestra salvación. Este Costumbrario, recogiendo la práctica tradicional, propone, pues, a sus amables lectores el Mes de Agosto como Mes del Inmaculado Corazón.
Esta devoción empezó a abrirse camino gracias a san Juan Eudes (1601-1680), el apóstol de los Sagrados Corazones en la Francia del Gran Siglo. Sin embargo, ya el Evangelio nos insinúa su importancia al repetirnos que “María guardaba en su corazón” los misterios que le tocó protagonizar. Recordemos también la profecía de Simeón, a la hora de la Presentación del Niño en el Templo: “una espada de dolor traspasará tu alma para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones” (Luc. II, 35).
Como el corazón era considerado el principio de vida y la sede del alma, siempre se ha visto en estas palabras la descripción del Corazón dolorido de María y el preanuncio de su personal Pasión unida a la de su Divino Hijo en oblación corredentora. Algunos Padres de la Iglesia aluden más o menos claramente al Corazón de María.
Esta devoción tomó grandes vuelos con un santo español: san Antonio María Claret (1807-1870), arzobispo que fue de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II, que fundó la congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (llamados Padres Claretianos). He aquí sus palabras, que expresan la tierna devoción que profesaba a la Madre de Dios:
“Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la fragua de su amor de Madre, de su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de su maternidad divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús”.
Pero el impulso decisivo del culto a este Corazón amabilísimo se dio en las apariciones de Nuestra Señora en Fátima (1917). Aquí la Santísima Virgen se presentó bajo la advocación de su Inmaculado Corazón, pidiendo la comunión reparadora de los cinco Primeros Sábados, paralela a la comunión reparadora de los Nueve Primeros Viernes en honor al Sagrado Corazón de Jesús.
Esta devoción está muy vinculada al desarrollo de la Historia del siglo XX. De hecho, la Virgen en Fátima reveló que Rusia sería el azote del mundo mediante la expansión de sus errores (el comunismo, parece olvidarse, denunciado como “intrínsecamente perverso” por Pío XI, ha sido el sistema más mortífero que ha existido), pero vinculó su conversión a su consagración colegial por el Papa y por todos los obispos del mundo (cosa que sólo se ha realizado parcialmente). El Inmaculado Corazón de María se proyecta como la devoción salvadora en los Últimos Tiempos. De hecho, por ella vendrá el triunfo de los buenos: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. La Virgen se presenta así como la precursora de Cristo en su Parusía o Segunda Venida.
El papa Pío VII instituyó una fiesta en honor del Purísimo Corazón de María, la cual fue confirmada por el beato Pío IX. Pero fue Pío XII quien el 4 de mayo de 1944 la extendió oficialmente con el nombre del Corazón Inmaculado de María a la Iglesia universal por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, con el fin de obtener por medio de la intercesión de María “la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes”. Ordenó que se celebrara el día de la Octava de la Asunción. Con la reforma litúrgica postconciliar, la fecha se trasladó al sábado siguiente a la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Esta devoción empezó a abrirse camino gracias a san Juan Eudes (1601-1680), el apóstol de los Sagrados Corazones en la Francia del Gran Siglo. Sin embargo, ya el Evangelio nos insinúa su importancia al repetirnos que “María guardaba en su corazón” los misterios que le tocó protagonizar. Recordemos también la profecía de Simeón, a la hora de la Presentación del Niño en el Templo: “una espada de dolor traspasará tu alma para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones” (Luc. II, 35).
Como el corazón era considerado el principio de vida y la sede del alma, siempre se ha visto en estas palabras la descripción del Corazón dolorido de María y el preanuncio de su personal Pasión unida a la de su Divino Hijo en oblación corredentora. Algunos Padres de la Iglesia aluden más o menos claramente al Corazón de María.
Esta devoción tomó grandes vuelos con un santo español: san Antonio María Claret (1807-1870), arzobispo que fue de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II, que fundó la congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (llamados Padres Claretianos). He aquí sus palabras, que expresan la tierna devoción que profesaba a la Madre de Dios:
“Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la fragua de su amor de Madre, de su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de su maternidad divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús”.
Pero el impulso decisivo del culto a este Corazón amabilísimo se dio en las apariciones de Nuestra Señora en Fátima (1917). Aquí la Santísima Virgen se presentó bajo la advocación de su Inmaculado Corazón, pidiendo la comunión reparadora de los cinco Primeros Sábados, paralela a la comunión reparadora de los Nueve Primeros Viernes en honor al Sagrado Corazón de Jesús.
Esta devoción está muy vinculada al desarrollo de la Historia del siglo XX. De hecho, la Virgen en Fátima reveló que Rusia sería el azote del mundo mediante la expansión de sus errores (el comunismo, parece olvidarse, denunciado como “intrínsecamente perverso” por Pío XI, ha sido el sistema más mortífero que ha existido), pero vinculó su conversión a su consagración colegial por el Papa y por todos los obispos del mundo (cosa que sólo se ha realizado parcialmente). El Inmaculado Corazón de María se proyecta como la devoción salvadora en los Últimos Tiempos. De hecho, por ella vendrá el triunfo de los buenos: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. La Virgen se presenta así como la precursora de Cristo en su Parusía o Segunda Venida.
El papa Pío VII instituyó una fiesta en honor del Purísimo Corazón de María, la cual fue confirmada por el beato Pío IX. Pero fue Pío XII quien el 4 de mayo de 1944 la extendió oficialmente con el nombre del Corazón Inmaculado de María a la Iglesia universal por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, con el fin de obtener por medio de la intercesión de María “la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes”. Ordenó que se celebrara el día de la Octava de la Asunción. Con la reforma litúrgica postconciliar, la fecha se trasladó al sábado siguiente a la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.