Autor: P. José Salud Paredes Servín
Is 56, 1. 6-7; Sal 66; 1Tim 2, 1-8; Mt 28, 16-20
Todos están llamados a la salvación. Las palabras que dice el Señor, después de haber resucitado, las dice con autoridad. Porque no sólo recibió la vida inmortal, sino que también fue constituido Rey y Señor del universo, con un poder que no tiene límites, lo abarca todo y lo ejerce en el cielo y en la tierra. Lo que quiere decir: en todas partes y tiempos. Este poder lo ha recibido de su Padre Dios. Todo ser humano alcanzará la salvación sólo si lo reconoce como su Señor. Jesús, estando en la posesión plena de este poder universal instituye la misión: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones”. Siendo el Señor de todos los hombres, envía a los discípulos a todos los hombres. Ninguna persona, ningún pueblo, ninguna nación quedará excluida de este anuncio. A todo ser humano se debe dirigir la invitación-llamada a ser discípulo del Señor; todos deben conocer su persona y su mensaje; todos deben ser invitados al discipulado del único Maestro. En su actividad ministerial, Jesús no sometió a nadie por la fuerza; Jesús ha llevado el anuncio de la Buena Nueva, ha llamado a los discípulos para prepararlos y para que continuaran su misión después de su partida física de este mundo. Así como lo hizo Jesús, deberán hacerlo los continuadores de su misión: sin ninguna imposición, sino por medio de su palabra, del ejemplo de vida y, sobre todo, con la fuerza del Espíritu Santo, fortalecidos con la continua y poderosa asistencia de Jesús.
Aunque físicamente no lo verán ya más, él no los abandonará; al contrario, estará continuamente con ellos, con su Iglesia: Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Yo estoy “con” ustedes: me quedo con ustedes, comparto su historia, les llenaré su vida con mi presencia. El Resucitado no deja sola la historia humana, sino que hace esta promesa solemne: nunca jamás estarán solos, caminaré junto a ustedes, a su lado. “Yo estaré con ustedes”, son las palabras últimas y las primeras de la fe de quien, creyendo sabe, y no puede no saber, que creer no es simplemente adecuar la propia inteligencia a la convicción de que Dios existe, sino responder a una pregunta de sentido, de orientación, de dirección de la propia vida. ¿Qué significa que Dios, en Jesús, por obra del Espíritu Santo, está con nosotros? ¿Eso en qué cambia nuestra vida? Tener fe no es sólo afirmar que hay un solo Dios verdadero o una vida después de la muerte, sino sobre todo hacer experiencia de un nombre, de una presencia, de una persona que revela su rostro gracias al amor de Jesús, que por este amor logra dar sentido a la vida, logra responder a las preguntas trascendentales del hombre. Tener fe es confiarse, es saber que Dios es decisivo para nuestro ser aquí.
Comienza la misión. Los once apóstoles (Judas ya no estaba con ellos) habían sido hasta ahora discípulos del Maestro. Fueron llamados por él, libremente aceptaron la invitación a “ser pescadores de hombres” y lo siguieron; vivieron en comunión con él, se dejaron formar por Jesús, los hizo soñar metas hermosas, le creyeron y le tuvieron confianza, se convencieron de que él sabía la meta hacia donde caminaban, dio sentido a sus vidas. Todos derramaron su sangre por amor a él. Ser discípulo de Jesús significa vivir la propia vida del Maestro, siguiendo su ejemplo. Es una mentira decir que somos sus discípulos si permanecemos distanciados de él. Lo mismo debe tomarse como una mentira cuando del evangelio sólo tomamos algunos elementos con los que “estamos de acuerdo” o que “nos convencen”.
Porque mi templo será la casa de oración para todos los pueblos. Este texto del llamado “Tercer Isaías” –primera lectura– es clarísimo con estas palabras iniciales. Es una anticipación de la tesis esencial al cristianismo para el cual: “Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y libre… todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Sin embargo para llegar a esta tesis, es necesario pasar a través de algunas dificultades no marginales. De hecho, este Isaías, a pesar de abrir el templo como “casa de oración para todo ser humano”, exige la “no profanación del sábado”, la “peregrinación al monte santo” de Sión, actos típicamente pertenecientes al patrimonio cultural y tradicional hebraico.
Que se hagan oraciones… por todos los hombres. El tema de la oración litúrgica debe tener un color universal. En esta segunda lectura esta oración hace de marco a dos afirmaciones teológicas fundamentales: la voluntad salvífica universal de Dios (por lo que si alguno no se salva es cuestión solamente de su opción), y la única mediación de Cristo redentor (de quien se pone en relieve su humanidad).Monición de entrada:
La Iglesia es misionera por naturaleza y, por lo tanto, el bautizado también es misionero. El domingo mundial de las misiones nos da la oportunidad para preguntarnos acerca de nuestra vocación de discípulos misioneros. Dar un aporte económico para las misiones es importante por la responsabilidad que tenemos para que el mensaje de Cristo siga llegando a todos los rincones de la tierra, pero no menos importante es despertar el espíritu misionero en la familia, logrando una comunidad misionera. Bienvenidos a la celebración eucarística.
Monición a la primera lectura:
El autor de la primera lectura termina con el exclusivismo de la salvación, “aceptaré la oración y los holocaustos de todos los que se hayan unido al Señor”. Escuchemos.
Monición a la segunda lectura:
San Pablo nos comunica el pensamiento de Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad”. Escuchemos.
Monición al evangelio:
Jesús, nos dice el evangelio, envía a sus discípulos; es el inicio de la presencia de la Iglesia en el nombre el Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Escuchemos.