Disposiciones para vivir el mes de la Biblia

Leer y escuchar la Palabra con corazón limpio


1)- Disposiciones para vivir el mes de la Biblia

La Iglesia nos invita a vivir un nuevo mes de la Biblia. La presente reflexión se centra en tres disposiciones básicas para hacer que la Sagrada Escritura sea Palabra de Dios que interpela la vida y la modela para «que Cristo llegue a tomar forma definitiva» en cada uno de sus discípulos (Gál 4,19).

Las tres disposiciones son:

a- leer la Sagrada Escritura tratando de entenderla como el ministro de la Reina de Candace (Hch 8,26-40);
b- sentarse a los pies de Jesús para escuchar su Palabra como María de Betania (Lc 10,38-42), y
c- tener un corazón limpio como Lidia de Filipo (Hch 16,11-15).

2)- Darse tiempo para leer y entender la Sagrada Escritura

Mientras un ministro importante de Candace, reina de Etiopía, se dirige de Jerusalén a su país después de haber venerado al Dios de Israel, el diácono Felipe -alentado por el Espíritu del Señor- se acerca a él y le pregunta qué viene leyendo. El ministro le contesta que un pasaje del profeta Isaías sobre el Siervo de Yahveh, pasaje que no logra entender, pues nadie se lo explica.

¿Cuántas veces, como este ministro, tomamos la Escritura, la leemos y no la entendemos porque nos falta la ayuda necesaria para penetrar en el sentido de los textos bíblicos?

Felipe, el catequista de este importante ministro, nos enseña que:

a- Por la lectura atenta hay que conseguir la comprensión del texto bíblico.
La Sagrada Escritura necesita ser leída con atención, buscando conocer el significado de los términos y de las frases, buscando entender los acontecimientos que se narran. La Biblia necesita que hagamos el esfuerzo de captar la mentalidad de sus autores que pertenecen a una cultura diversa a la nuestra. Así comprenderemos el sentido de los pasajes bíblicos en sus adecuados contextos culturales, sociales y religiosos.

b- Por la comprensión del texto bíblico se crece en la comunión con Jesucristo.
Felipe, mediante la explicación de la Biblia como libro inspirado por Dios, conduce al funcionario a la fe en Jesús en cuanto Mesías e Hijo de Dios. Felipe entiende y explica el texto de tal manera que provoca el encuentro del ministro con Jesucristo, Palabra de Dios. Para que la Biblia nos ayude a conocer mejor a Jesús y a adherirnos con fidelidad a él hay que leerla con atención y orarla con devoción.

c- La comunión con Jesucristo se celebra en los sacramentos.
La comprensión y adhesión por la fe al misterio de Jesús que la Sagrada Escritura contiene suscita en el ministro el anhelo del encuentro sacramental con Jesús: llegan a un lugar donde hay agua y Felipe bautiza al ministro. Gracias a la comunión con Jesucristo mediante la Palabra comprendida y el Sacramento celebrado, el ministro goza de la salvación y continúa alegre su camino.

3)- Sentarse a los pies de Jesús para escuchar su Palabra

La segunda disposición es darse tiempo no sólo para leer la Sagrada Escritura, sino para leerla “sentado a los pies” de Jesús, es decir, como discípulo del Maestro (Lc 10,38-42).

Cuando Jesús llega a la casa de sus amigos Marta, María y Lázaro en la aldea de Betania, cerca de Jerusalén, se encuentra con el cariño de siempre, pero con una María que se esfuerza en preparar las cosas para atenderlo debidamente y con su hermana Marta que simplemente se despreocupa de las cosas de la casa y se ocupa de escuchar a Jesús. Para escucharlo, “se sienta a los pies” del Señor.

“Sentarse a los pies” es una de las metáforas que mejor define quién es discípulo de Jesús y quién pertenece a su comunidad. Discípulos son aquellos que “se sientan” alrededor de Jesús a escuchar su enseñanza: «Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”» (Mc 3,31-35). Esta es la nueva familia de Dios, el nuevo Israel, luego del rechazo de sus parientes que estiman que el comportamiento de Jesús deshonra a la familia (3,21), y del rechazo de los maestros de la ley, un grupo oficial venido de Jerusalén, que piensan que Jesús está endemoniado (3,22). El nuevo pueblo de Dios son los discípulos del Mesías que se sientan a sus pies a escuchar la propuesta del Reino. Por tanto, quien no se sienta a los pies de Jesús pone en peligro su identidad de discípulo, pues terminará escuchándose sólo a sí mismo.

Marta, probablemente la mayor de las dos hermanas, está «atareada» con todo el servicio que exige la buena atención al huésped esperado. San Lucas retrata con dos verbos el ánimo que domina en Marta: anda inquieta (“preocupada, afanada”) y anda afligida (“turbada, molesta”; Lc 10,41). María, en cambio, escapa a la lógica y a la urgencia de las cosas y acepta la lógica de Dios: ella se da tiempo para sentarse a los pies de Jesús y escuchar al «Hijo amado» del Padre (3,22). Mientras Marta se afana por alimentar al Maestro con su febril actividad, María se afana por alimentarse del Maestro sentada a sus pies.

La presión de las actividades, la urgencia de las acciones puede ser de tal intensidad que no nos deje tiempo ni tranquilidad espiritual para aquella vida interior necesaria que sustenta la escucha del Señor. Y al no escuchar a Jesús se termina perdiendo el sentido de las mismas acciones. Y, peor aún, se termina obedeciendo los requerimientos de los instintos, de los propios proyectos e intereses.

En la Biblia, “escuchar” es obedecer. Sólo se escucha de verdad cuando la Palabra se pone en práctica, de modo contrario sólo “se ha oído” la Palabra (por tener oídos), pero no “se ha escuchado”. Para escuchar y obedecer la Palabra no bastan los oídos, se requiere sobre todo un corazón limpio.

Lo sustantivo del discípulo y, por lo mismo, de la nueva familia del Padre celestial es escuchar/obedecer a Jesús, su Verbo. Solamente quien se sienta a los pies de Jesús, el Maestro, para escuchar su Palabra (Sagrada Escritura) puede vivir su vocación de discípulo, formarse como discípulo y realizar la misión de los discípulos del Señor en los cambiantes y desafiantes tiempos de hoy.


4)- Escuchar la Palabra con un corazón limpio


La tercera disposición para escuchar la Palabra la manifiesta Lidia, una mujer que no es judía, pero practica el judaísmo y adora al Dios de Israel (Hch 16,11-15). Lidia se destaca por su hospitalidad y su fe sincera a Dios y, más tarde, por su adhesión a Jesús, el Mesías anunciado por el apóstol Pablo.

Un sábado, cuando Lidia escuchaba a Pablo, Dios «le abre el corazón para que aceptara las palabras de Pablo» que anunciaba el camino de la salvación (Hch 16,14). Con la conversión de Lidia y la de los suyos se inicia la primera comunidad cristiana en Filipos.

El “corazón” representa en el mundo bíblico el centro de la persona donde “se guardan” -como en una “bodega”- pensamientos y sentimientos, decisiones y recuerdos que pueden ser malos o buenos, es decir, pueden pertenecer a los espíritus impuros o a Dios.

Dios abre el corazón cuando lo purifica de obstinaciones e impurezas de modo que albergue sólo aquellos pensamientos, sentimientos, recuerdos… que estén en consonancia con la voluntad de Dios. Dios abre el corazón cuando lo fortalece de modo que no viva dominado por la maldad y la idolatría. Dios abre el corazón cuando le regala al discípulo un «corazón sincero», de «fe auténtica» (1 Tim 1,5), es decir, una «conciencia pura» y limpia «de todo mal» (Heb 10,22). Este corazón es capaz de escuchar la Palabra y dar frutos de justicia, caridad y paz.

Lo contrario a un discípulo de corazón abierto es uno de “corazón obstinado” o “corazón de piedra” que, por incrédulo y rebelde, rechaza el plan salvador de Dios (Rm 2,5-8), y uno de “corazón impuro” que, por no tener en él cabida la fe, se aleja «del Dios vivo» (Heb 3,12).

La Palabra de Dios se escucha-obedece de verdad cuando Dios abre el corazón y lo transforma -al derrotar la maldad y la idolatría- en tierra buena para la semilla de la Buena Nueva.