HENOS aquí ya, no con el Rey de burlas de cetro de caña; pero ni con cetro de oro.
Este Nazareno ha de ser no obstante Rey y verdadero Rey de dolor y su cetro la gran insignia de los suplicios, sin que por esto deje de ser hoy en lo invisible y al fin sea reconocido como Rey de toda gloria.
Por eso Isaías le predice de extraña grandeza: "su imperio, dice, le portará sobre su hombro" y ese imperio, es decir, su símbolo, no será otro que el de la cruz.
Y ahora es cuando se entiende eso que decía y quería el divino Maestro: "el que me ame tome su cruz y sígame," y se entiende también eso otro tan sublime, "cuando fuere levantado en alto lo atraeré todo á mí."
El gran espectáculo, pues, abre la marcha; del Pretorio procede, trasciende ya á las calles, espectáculo es ya para todos lugares y siglos.
Aparece ya el Redentor cargando su cruz, y l a Madre, no digamos ya más que la Madre, la dolorida Madre, le sigue y en torno de Ella las santas mujeres, con el Discípulo fiel. El estandarte del Re y descúbres ya ("Vexill a Regi s prodeunt"), revélase , todo es que aparece, que se desplega, y ya se observa como que triunfa.
Todo este extraño aparecer avanzar reinar y triunfar, es algo más grande que lo de combates de Josué, de David, de Salomón, de hombres de espada y de conquista con gente de armas; todo no es más que el estandarte, el combate, el reinado y el triunfo de la pasión de Jesucristo, principalmente por la cruz de su suplicio.
Por eso la Iglesia Santa tiene palabras de celeste unción cuando santamente poetiza todo esto; y en la procesión conmemorativa del Viernes Santo , sorpréndenos con este himno que ha siglos entona y cada siglo entonará con mayor número de voces de pueblos y naciones : "Las banderas del Rey se descubren, ved y a fulgurando el misterio de la cruz; de esa cruz en que la Vida misma el Autor de la vida , sufrió la muerte y con esta muerte produjo nuestra vida. " David lo predijo, David lo cantó mil veces en fiel profecía: "que el Señor había de reinar desde un madero." Esto, pues, que tanto se ha debatido con intención contraria en cada bando, y que se ha querido á fuerza de cruentísimos azotes, de tumulto de combate entre el cielo y el infierno, ¡con razón! es e l cetro del Rey, es la exaltación de su estandarte.
¡Pues esa cruz es la que ansiamos, dicen Jesú s y sus ángeles! ¡acá la cruz; ya, lo teng o dicho, clama el Nazareno, con ella y en ella determino reinar, mi bautismo es ese, eso es lo que ansio! ¡La cruz dice también la Madre, la excelsa Madre, acá la cruz; dolorosa y mucho y de muchos tormentos es ella para mí; pero después de mi Hijo, nadie ansia por ella tanto como yo!
Qué misterio tan grande y amoroso es, pues, este , y por eso muy en breve ardiendo en fe y amor s e dirá por uno de los apóstoles, á convertidos suyos que de esa fe y ese amor participaban como primicias del universal incendio : "¡lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. "
Pero no apartemos nuestra vista del avance de esa multitud inmensa que con el divino Reo á la cabeza y su santa familia no lejos de El, procede del Pretorio y tomando por la vía dolorosa y la calle de la Amargura, nombres destinados ya luego á la inmortalidad, ha de instalarse finalmente en la cumbre del Calvario.
"Por esta diligencia de los judíos corrió luego por toda Jerusálem la voz de la sentencia de muerte que se había pronunciado contra Jesús Nazareno, y de tropel concurrió todo el pueblo á la casa de Pílalos para verle sacar á justiciar.
Estaba la ciudad llena de gente, porque á más de sus innumerables moradores habían concurrido de todas partes otros muchos á celebrar la Pascua, y todos acudieron á la novedad, y llenaron las calles hasta el palacio de Pilatos.
De las inmundas salivas le habían limpiado algunas veces los santos ángeles, por mandárselo la afligida Madre, pero luego las volvían á repetir y renovar con tanto exceso, que esta ocasión apareció todo cubierto de aquellas asquerosas inmundicias. A la vista de tan doloroso espectáculo se levantó en el pueblo una tan confusa gritería y alboroto, que nada se entendía ni oía, más del bullicio y eco de las voces. Mas entre todas resonaban las de los Pontífices y fariseos, que con descompuesta alegría y escarnio hablaban con la gente para que se quitasen, y despejasen la calle por donde debían sacar al divino sentenciado, y para que oyeran su capital sentencia.
La compasión que el Varón de dolores era digno de inspirar á cuantos le miraban, y con ella el amor todo entero, las santas mujeres se la ganan como primicias de los triunfos del amor del Verbo humanado, primicias que siempre supo ganarse la mujer, participe en esto de la dicha de aquella Mujer excelente, bendita entre todas y entre todos.
Cuando en otros días los fariseos disputaban malignamente con el divino Maestro y le despreciaban á pesar de un elocuente milagro y con motivo de él, la curación de un poseído del demonio, es una mujer animosa quien alza la voz para desagraviar al hermoso despreciado Nazareno: "bienaventurado el vientre que te crió y los pechos que te alimentaron;" mujeres son las que le desagravian cuando la crueldad farisaica y la cobardía del Juez le han proclamado digno de ser conducido en afrentoso espectáculo á morir en cruz; palabras de alabanza habían sido las de aquella Mujer, llanto y plañidos son ahora, elocuente expresión con que, sin ofender, se reprueba la crueldad triunfante de los tiranos y se protesta en favor de la inocencia perseguida.
Esto ignoraban entonces aquellas compasivas discípulas de nuestro Maestro, que lloraban sus afrentas y dolores, y no la causa porque los padecía; de que merecieron ser enseñadas y advertidas. Fué como si les dijera el Señor: Llorad sobre vuestros pecados, y de vuestros hijos, lo que yo padezco, y no por los míos, que no los tengo ni es posible.
Y si el compadeceros de mí es bueno y justo, más quiero que lloréis vuestras culpas que mis penas padecidas por ellas, y con este modo de llorar pasará sobre vosotras y sobre vuestros hijos el precio de mí sangre y redención que este pueblo ciego ignora. Porque vendrán días (que serán los del juicio universal y del castigo) en que se juzgarán por dichosas las que no hubieren tenido generación de hijos, y los prescitos pedirán á los montes y á los collados que los cubran, para no ver mi indignación.
Dichoso mil veces el Cireneo, á quien tocó ser ocupado, obligado por mandato arbitrario de los Príncipes de los sacerdotes, á ponerse en contacto, á pcrtar el dichoso madero del sacrificio del Mesías. Desde luego los nombres de sus hijos Alejandro y Rufo son consignados en el Evangelio de San Marcos.
¡Qué mucho que los Santos Padres se vuelvan todos elocuencia cuando contemplan la fortuna de esos humildes predestinados; tanta razón así tenía David, cuando exclamaba: determinado he ser el más abyecto en la familia de mi Señor, más bien que ser de los primeros en los tabernáculos de los pecadores!
Del Cireneo, se lee: "En la religión sigue, Simón á sus hijos, para no ser defraudado de la merced debida de haber conducido la cruz de Cristo; porque después de muchas buenas obras, murió en gran paz en Jerusalem."
Aparte de esta especial merced en bien del que presta un servicio al Redentor, que en manera alguna puede ser defraudado de su paga, de la paga magnífica, infinita de un rey que es Dios, que es agradecido y que recibió el servicio cuando todos se avergonzaban de él, la gran enseñanza de la persona del Cireneo, es de profunda sabiduría, es la reproducción de la compasión, es decir, de la participación con nuestro Redentor en el padecer, y por eso en su amor y por eso en su gloria.
Son admirables en gran manera, oh Jesús nuestro, las industrias con que nos busca ese amor que nos tiene el Padre, é igual nos tenéis vos; dispuesto lo habéis todo tan suave y fácilmente y con tanta fuerza á la vez, para que se consiga vuestro objeto á maravilla: ser azotado, despedazado, llagado, befado, escupido, escarnecido, hecho objeto de gran lástima; representar en todo esto los efectos y calidades del pecado en su malicia, y no menos los efectos y calidades de ese pecado en su tremendo castigo.
Esto mismo consignan los Santos Padres. San Atanasio: "Llevó el Señor su cruz por sí propio y á su vez se la llevó un hombre, Simón. Ante todo la lleva Jesús como trofeo reportado sobre el Diablo; mas, por su voluntad libre llevaba su cruz para suplicio de su propia Majestad; pues no fué obligado por la necesidad á sufrir la muerte. A su vez también llevó esa cruz un hombre, Simón, para que fuese á todos manifiesto que el Señor moría, no con su propia muerte sino con la de los hombres."
El mismo nos lo dijo: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.'1* Llega el Señor, por fin á ese Calvario, como en otro tiempo Isaac, con la leña de su propio sacrificio, sobre la cual instalado como en ara de altar santísimo, sería ofrecido á modo de ejemplar y prototipo eterno de todas las oblaciones y holocaustos, "rescatando —prosigue nuestra inspirada María de Agreda— á todo el linaje humano de la potencia tiránica(2) que ganó el demonio sobre los hijos de Adán.
Habéis llegado, Jesús nuestro, al lance final de vuestro gran combate; habéis concluido vuestra carrera triunfal de Conquistador. Como salís de esa proeza inaudita, saldréis de esa otra en que todo lo atraeréis, á vos. Enseñadnos á andar triunfal mente contra Satanas, la vía dolorosa de nuestra prueba en la tierra, para salir triunfantes en la hora final en que ofrezcamos sacrificio semejante en crucifixión que imite á la vuestra. Vos y vuestra Madre dignísima, asistidnos en el camino y en el término. No se pierda lo que Vos y Ella hicieron por nosotros; no desprecíeis la obra de vues tras manos!
[1] Joan. XII , 32.
[2] I. Cor . VI , 20.