REINA del cielo, alégrate, ¡aleluya! Porque Aquél que mereciste llevar en tu seno, ¡aleluya! ha resucitado como lo dijo, ¡aleluya!"
"Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo, te dignaste comunicar la alegría al mundo, suplicárnoste que por su Madre la Virgen María, participemos de los gozos de la vida eterna."
Estos son los sentimientos y las insignes alabanzas de la Iglesia Católica para con la Santísima Virgen, el día de la gran fiesta de la Resurrección del Hijo divino de la gran Reina," y la Iglesia en el fervor de su alegría, dice un sabio y piadoso escritor de este siglo,(,) busca un corazón donde hacerla desatarse y en que alcance su más divina expresión.
¿Y cuál puede ser este corazón, sino el que acaba de excitar tan profundamente la compasión nuestra, y que, por su unión incomparable con el de Jesucristo, debe ser en todo el modelo y el suplemento del nuestro? Reina del cielo, alégrate.
Sí; tanto como se le dió de dolor, dásele hoy de gozo, de regocijo, de júbilo á la excelsa Madre; inmenso ha sido su dolor, como un mar de amargura; inmenso tiene de ser y es hoy su júbilo como un mar de delicias. Más aún: En el dolor es nuestra dulce Madre, la imitación, la aplicación, el fruto, el aprovechamiento más acabado de la obra prodigiosa del Redentor; en el gozo la sin par María tiene de ser y es la imitación, la aplicación, el fruto, el aprovechamiento más acabado de la obra prodigiosa del Triunfador y Glorificador.
Los protestantes han empeñádose en desconocer esta grandeza suprema de nuestra Madre y Madre de Dios, en el gran ministerio que como á Madre de Dios y Madre nuestra le corresponde en la resurrección de su Hijo. Quieren leer en la letra del Evangelio eso que debían leer en su espíritu. ¿María no desempeñó en la resurrección de su Jesús ni aun el ministerio de Tomás, del incrédulo Tomás?
¿Y á esta palabra no es debido y convenientísimo que Ella respondiese: "¡Hijo mío!" Eso es de buen sentido forzoso. En la letra de la Biblia no está lo que el buen sentidohallaráluegoen su espíritu.
¿De aquí inferiremos que á título del mucho mérito en creer de nuestra excelsa Reina, se le negó el gozo de ver al Resucitado con la más excelente y la más temprana de sus apariciones? Absurdo fuera esto, porque también podemos decir: bienaventurados los que no hubieron necesidad de ver para creer y que por eso merecieron ver y vieron, antes que los tardos en creer.
Deploramos que sea así, cuando pudo aquél haberse limitado á afirmar, que la aparición de nuestro Jesús resucitado á su excelsa Madre, fué de un género y calidad suprema, pero real y formal, como convenía á esa dolorosísima Virgen, á esa Mujer fuerte como ninguna, pero también tierna como ninguna y digna como ninguna de un consuelo, de un gozo supremo que la curase de la pena que la tenía traspasada , "porque estaba ya en grande necesidad que la pena la tenía tan traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo," como afirma Santa Teresa haberle revelado e l divino Hijo de la gran Señora.
La tradición santa de la Iglesia primero que todo, el buen sentido teológico, diremos así, y las revelaciones hechas por el Dador de perfectos dones á las almas santas sus escogidas, concuerdan admirablemente en afirmar que Jesucristo resucitado se apareció y se apareció primero que á ninguno á su excelsa Madre.
Y es este el común sentir de los Doctores y de los fieles, que se persuade por razón del dolor precedent de la pasión y muerte de su Unigénito; y también por los méritos y la dignidad de tan gran Madre y así mismo por el amor y la piedad de tan grande Hijo para con ta Madre. " (Coment . i n Matteu m V , 1 0 letr a H.)
Las felicitaciones á nuestra Consolada Reina, po r la resurrección de su Hijo aparecido á Ella primero que á todos, se ha complacido el cielo en reproducirlas de muchas y solemnes maneras.
Nos es grato ceder la palabra en este pasaje al piadoso y sabio apologista citado: "Por lo demás, dice, si creemos una tradición que tiene á su favor el testimoni de un de los más ilustres historiadores de Italia , Sigonio, la Iglesia celeste trajo á la Iglesia de la tierra la antífona "Regina coeli, " por boca de un ángel que, desde lo alto de los aires, la cantó el día de Pascua en una procesión en que San Gregorio Magno, con todo su pueblo, acababa de obtener que cesara una peste por la intencesión de María.
Así, la celebración del gozo de María en la festividad de la Resurrección, tendría su origen litúrgico en la celestial intervención del mismo ángel, que es, en el Evangelio, el oráculo de aquel gran misterio para con las mujeres afligidas que no creían en él." Es decir, que así como el ángel de la Encarnación se congratulaba en otros días con la Reina que de ahí á un instante concebiría en su seno dichoso a l Verbo de Dios.
Así en el momento de la resurrección de Cristo ya aparecido ó por aparecerse á la que en otro tiempo le dió el ser humano, la diría: "Alégrate, Reina del cielo, porque Aquél que mereciste llevar en tu seno ha resucitado como lo dijo."
Gloria soberana es para nuestra Madre y Reina esa correspondencia que, según San Pablo y los sabios comentadores, "existe entre el seno virginal donde el Hijo de Dios tomó la vida humana, y el sepulcro nuevo, en que la recobró, mediante aquella misma virtud del Altísimo que lo engendra de toda eternidad, le hizo nacer en el tiempo y le resucitó en la gloria; triple operación á la cual aplica San Pablo igualmente estas proféticas palabras: Ego hodie genui te.
Correspondencia que redunda enteramente en honor de María, porque si la gloria de la resurrección del Hijo de Dios ilumina perpétuamente la piedra insensible de su sepulcro, en cumplimiento de la profecía: Su sepulcro será glorioso ¡cuánto no iluminará á María que cooperó á ella tan heroicamente!"
Es gloria, y con mayoría de razón para la Madre de Dios, lo que del Santo Sepulcro canta la Iglesia: " Canta regocijada, oh alma mía, los portentos del sepulcro glorioso, de donde salió Cristo como del vientre de su casta Madre, según io prometiera el fiel oráculo de los Profetas."
Detengámonos, pues, á contemplar ese gozo inefa ble de la Madre Santísima del Cristo resucitado.
"¡Madre!" le diría el Hijo en la efusión de todo un triunfador que viene de vencer en el mayor de los combates que se viera ni se verá, y entre esplendores de una luz toda amor, alegría y santidad.
"¡Hijo mío!" contestaría la Señora: "alabemos al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia!' Ante la grandeza, la gloria y la santidad de esa alegría, no nos queda sino contestar como los israelitas por favores grandiosos pero menores que este. "Alabemos al Señor, porque es bueno; porque durará por todos los siglos esa su misericordia."
Ruega por nosotros, para que resucitemos del pecado y entendamos mejor y amemos más las cosas del cielo.
Ruega por nosotros para que nuestro amor, que sabe compadecerse de la Pasión del Nazareno, sepa y guste el mérito mayor de interesarse en la gloria del Resucitado, parque á entender y á gustar de ese gozo noble, nos indispone mucho á los pecadores el gusto de los goces terrenos.
Alcánzanos, por eso, oh Reina del dolor y de los goces celestes, mucho amor al padecer y á la mortificación, al ayuno y al duelo, y que nuestro corazón abandone todo gusto de los bienes terrenos.
Y fué tan excelente este beneficio, que la dejó toda transformada de la pena en gozo, de la tristeza en alegría, y de dolor en inefable júbilo y descanso" "Celebremos este día con admiración de alabanza, con parabienes, con amor y humildes gracias, de lo que nos mereció y Ella gozó y fué ensalzada." .
Tuvo dulcísimos coloquios con el mismo Hijo sobre los altísimos misterios de su pasión y de su gloria.".. ..
"Todo cuanto pudo recibir una pura criatura, todo se lo dió á María purísima abundantemente en esta ocasión, porque, á nuestro modo de entender, quiso la equidad divina recompensar el como agravio (dígolo así, porque no me puedo explicar mejor) que había recibido una criatura tan pura y sin mácula de pecado, padeciendo los dolores y tormentos de la pasión que, como arriba he dicho, muchas veces eran los mismos que padeció Cristo nuestro Salvador; y en este misterio correspondió el gozo y favor á las penas que la divina Madre había padecido."
Nada mejor pudiéramos decirte en este día, Señora y abogada nuestra, que lo que la Santa Iglesia toma en tu honor el día de la fiesta de tu Santo Rosario, del libro santo de los Proverbios: "Dichoso el hombre que me escucha y que vela continuamente á las puertas de mi casa.
El que me encontrare, encontrará la vida y alcanzará del Señor la salvación."
Dichoso el que recuerda, ínclita Reina, tus gozos y dolores, tus pruebas y tus triunfos, en la recitación de tu Santísimo Rosario.