DÍA SEGUNDO
El precio de nuestra alma demostrado por la Sangre Preciosísima de Jesucristo
Hay más; por una sola alma, al decir de San Efrén, Jesús hubiera dado toda la Sangre de sus venas. Nuestra alma no es menos preciosa por su creación, pues ha sido creada a la imagen de Dios, que por su redención, pues que ha sido redimida por Jesús con el precio de su propia Sangre. Y sin embargo; ¡qué poco aprecio hacen de esta alma los hombres! ¡Por un vil interés, por un capricho, por un sórdido placer la entregan al demonio!
II. Entra dentro de ti misma, alma cristiana, y advierte cuánto has costado a Jesús. Piensa que si te pierdes a ti misma, de nada te servirá el haber ganado el mundo entero, de nada te servirá poseer riquezas, honores y placeres: Quid prodest homini si mundum universum lucretur; animae vero suae detrimentum patiatur? Esta es una verdad infalible anunciada por Jesucristo. No hay más que un negocio importante sobre la tierra, porro unum est necessarium; y este negocio es salvar un alma rescatada y todavía bañada por la Sangre Preciosísima de Jesús.
¡Oh alma! piensa cuán abundante ha sido ese precio de valor infinito que ha dado por ti: copiosa apud Deum, redemptio. Bastaría una sola gota de esa Sangre divina para rescatar al mundo entero, como enseña el Pontífice Clemente VI, y como lo repite el doctor angélico Santo Tomás: Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere; y no obstante, por un amor inefable a nuestras almas, ha querido verterla toda.
Y tú, ¿qué has hecho hasta ahora para salvarte? ¿Dónde están las espinas, los clavos, la cruz que has sufrido? ¿Dónde la sangre derramada? Nondum usque ad sanguinem restitisti.
¡Ah! ¡Y cuánto debe confundirnos esta comparación! Jesús ha sufrido tanto para salvarnos, y nosotros, a pesar de todo esto, nada queremos sufrir; cuando se trata de nuestra alma, todo nos desagrada, hacer oración, mortificar aquella pasión rebelde, extirpar del corazón esa afección desordenada, hacer abnegación de sí mismo, violentarnos.
II. Entra dentro de ti misma, alma cristiana, y advierte cuánto has costado a Jesús. Piensa que si te pierdes a ti misma, de nada te servirá el haber ganado el mundo entero, de nada te servirá poseer riquezas, honores y placeres: Quid prodest homini si mundum universum lucretur; animae vero suae detrimentum patiatur? Esta es una verdad infalible anunciada por Jesucristo. No hay más que un negocio importante sobre la tierra, porro unum est necessarium; y este negocio es salvar un alma rescatada y todavía bañada por la Sangre Preciosísima de Jesús.
¡Oh alma! piensa cuán abundante ha sido ese precio de valor infinito que ha dado por ti: copiosa apud Deum, redemptio. Bastaría una sola gota de esa Sangre divina para rescatar al mundo entero, como enseña el Pontífice Clemente VI, y como lo repite el doctor angélico Santo Tomás: Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere; y no obstante, por un amor inefable a nuestras almas, ha querido verterla toda.
Y tú, ¿qué has hecho hasta ahora para salvarte? ¿Dónde están las espinas, los clavos, la cruz que has sufrido? ¿Dónde la sangre derramada? Nondum usque ad sanguinem restitisti.
¡Ah! ¡Y cuánto debe confundirnos esta comparación! Jesús ha sufrido tanto para salvarnos, y nosotros, a pesar de todo esto, nada queremos sufrir; cuando se trata de nuestra alma, todo nos desagrada, hacer oración, mortificar aquella pasión rebelde, extirpar del corazón esa afección desordenada, hacer abnegación de sí mismo, violentarnos.
Más reflexiona, alma mía, que si tú misma no piensas en salvarte, de nada te servirá la Sangre derramada por Jesucristo; al contrario, Ella será tu condenación, porque Dios que te ha criado sin ti, como dice San Agustín, no te salvará sin ti: Qui fecit te sine te non salvabit te sine te. Y como los hebreos hallaron su salvación en el mar Rojo, donde los egipcios encontraron la muerte, así también si tú te aprovechas de la Sangre de Jesucristo te salvarás, y si abusas de ella encontrarás la muerte eterna.
COLOQUIO
Jesús mío, que tan pródigo habéis sido de vuestra Sangre Preciosísima hasta el punto de verterla toda por la redención de esta alma que me pertenece, puedo decir con verdad que no hay una gota de ella que no haya sido vertida por mí.
Rociada con esa Sangre Preciosísima esta pobre alma, se presenta y recurre a vos ¡oh Dios mío! No permitáis que se pierda esta alma que tanto os ha costado, no permitáis tenga que escuchar algún día de vuestra boca la amarga reconvención de haber derramado inútilmente vuestra Sangre por mí: Quae utilitas in sanguine meo? ¡Ah! Excitad hoy en mi pobre corazón un deseo eficaz de salvarme, aunque me cueste mi sangre y mi vida.
Por las entrañas de vuestra misericordia y por los méritos de vuestra Preciosísima Sangre salvadme, Jesús mío, socorredme en las tentaciones, sostenedme en los peligros, a mí que os he costado nada menos que vuestra sangre: Te ergo quaesumus tuis famulis subveni quos pretioso sanguine redemisti.
Santa Teresa de Jesús tuvo muy grande devoción a la Preciosísima Sangre de Jesucristo; se sentía toda conmovida a la sola vista de cualquiera imagen que representaba a Jesucristo derramando su Sangre; esta vista le recordaba todo el precio de su alma y el amor que Jesús le había tenido.
Ella misma nos refiere lo que le acaeció en una ocasión: “Un día, dice la Santa, entrando en el oratorio, vi una imagen que representaba a Jesucristo cubierto de llagas y tan llena de expresión que, admirándola, me sentí toda turbada. Con tanta verdad representaba todo lo que Jesucristo sufrió por nosotros. Tal fue el sentimiento de dolor que experimenté entonces, que me pareció partírseme mi corazón, y arrojándome al pie de la imagen y vertiendo abundantes lágrimas, le supliqué que me concediese una vez por todas una grande fuerza para no ofenderle en adelante.”
JACULATORIA
Eterno Padre, os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de la Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.
COLOQUIO
Jesús mío, que tan pródigo habéis sido de vuestra Sangre Preciosísima hasta el punto de verterla toda por la redención de esta alma que me pertenece, puedo decir con verdad que no hay una gota de ella que no haya sido vertida por mí.
Rociada con esa Sangre Preciosísima esta pobre alma, se presenta y recurre a vos ¡oh Dios mío! No permitáis que se pierda esta alma que tanto os ha costado, no permitáis tenga que escuchar algún día de vuestra boca la amarga reconvención de haber derramado inútilmente vuestra Sangre por mí: Quae utilitas in sanguine meo? ¡Ah! Excitad hoy en mi pobre corazón un deseo eficaz de salvarme, aunque me cueste mi sangre y mi vida.
Por las entrañas de vuestra misericordia y por los méritos de vuestra Preciosísima Sangre salvadme, Jesús mío, socorredme en las tentaciones, sostenedme en los peligros, a mí que os he costado nada menos que vuestra sangre: Te ergo quaesumus tuis famulis subveni quos pretioso sanguine redemisti.
Santa Teresa de Jesús tuvo muy grande devoción a la Preciosísima Sangre de Jesucristo; se sentía toda conmovida a la sola vista de cualquiera imagen que representaba a Jesucristo derramando su Sangre; esta vista le recordaba todo el precio de su alma y el amor que Jesús le había tenido.
Ella misma nos refiere lo que le acaeció en una ocasión: “Un día, dice la Santa, entrando en el oratorio, vi una imagen que representaba a Jesucristo cubierto de llagas y tan llena de expresión que, admirándola, me sentí toda turbada. Con tanta verdad representaba todo lo que Jesucristo sufrió por nosotros. Tal fue el sentimiento de dolor que experimenté entonces, que me pareció partírseme mi corazón, y arrojándome al pie de la imagen y vertiendo abundantes lágrimas, le supliqué que me concediese una vez por todas una grande fuerza para no ofenderle en adelante.”
JACULATORIA
Eterno Padre, os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de la Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.