Julio, mes de la Preciosísima Sangre de Cristo- Día 18

La Sangre Preciosísima de Jesucristo llena el alma de dulzura y de paz

ALABANZAS A LA SANGRE DE CRISTO

Jesús, autor de nuestra salvación. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que diste tu Sangre en precio de nuestro rescate.¡Bendita es tú Sangre preciosa !
Jesús, cuya Sangre nos reconcilia con Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa !
Jesús, que con tu Sangre nos purificas a todo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tu Sangre limpias culpas. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, por cuya Sangre tenemos acceso a Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Espíritu cuando bebemos tú Sangre. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, con cuya Sangre pregustamos las delicias del cielo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tú Sangre fortaleces nuestra debilidad. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Sangre en la Eucaristía. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre es prenda del banquete eterno. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos vistes con tú Sangre como traje del Reino. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre proclama nuestro valor ante Dios. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Oración.
Jesús, Salvador nuestro, presenta al Padre Tú Sangre que, en virtud de Espíritu Santo, derramaste por nuestro amor. Purificados de nuestros pecados en el baño de esa sangre sagrada, esperamos alcanzar por ella la gracia de las gracias: nuestra salvación eterna. Así sea.
Autor: Padre Pedro García, Claretiano
I. El Profeta Isaías había predicho con mucha antelación que, en la plenitud de los tiempos, las almas recogerían en la alegría de su corazón las aguas suaves y dulces que manan de las fuentes del Salvador. ¿Y cuáles son esas aguas suaves y dulces sino las celestiales consolaciones que se reciben por los méritos de la Sangre Preciosísima del Redentor que se derrama por tantas fuentes cuantas son las llagas sagradas? ¡Oh! delicia anticipada del Paraíso que experimentan todos los días las almas que profesan una verdadera y sincera devoción a la Preciosísima Sangre.

El alma devota de esta Sangre adorable se consuela por lo que ya posee y por lo que espera; lo que posee, ésto es, el tesoro inapreciable de la gracia santificante adquirida mediante la efusión de esta Sangre de valor infinito en la participación de los Santos Sacramentos. Y aquí no hay palabras para describir la tranquilidad del alma y la dulzura de espíritu que el Señor derrama sobre el devoto de esta Sangre divina; sólo puede decirlo aquel que la ha gustado; es un perpetuo banquete. Los Ángeles y la Reina de los Ángeles, la Santísima Virgen, y la Santísima Trinidad, miran a esta alma con ojos de amor.

¡Oh! ¡Qué paz! qué serenidad de conciencia. Ya se figura gustar sobre la tierra las delicias del Paraíso: «la buena conciencia, dice el Crisóstomo, no sólo sirve para consuelo sino también para premio.» Si algunas veces Dios prueba todavía a esta alma en el crisol de la tribulación, si suspende sus delicias, es para hacerla adquirir más méritos y ella está en paz aun en medio mismo de la amargura y de la desolación resignándose en la voluntad de Dios. Y todo ésto es efecto de su Sangre Preciosa.

II. Pero el alma halla su consuelo en esta Sangre, no solamente por lo que posee, sino más bien por lo que espera; en Ella lo espera todo en sus oraciones. Tal es su efecto, su eficacia, que todo puede obtenerse en su nombre, y nuestras oraciones nada podrían alcanzar si ellas no fuesen acompañadas de esa Sangre de propiciación y de gracia.

El bienaventurado Simón de Cascia nos dice que el sudor de Sangre vertido por Jesús en el Huerto es lo que para con Dios da eficacia a nuestras oraciones. Si el alma es tentada sale victoriosa del combate, porque cubierta y armada de esta Sangre, pone en fuga a los demonios; si se halla en aflicción, espera el consuelo; si en las fatigas, el descanso; si en los peligros, la salvación; si en el momento de la muerte, la gloria; conoce bien el tesoro que posee ve en él la prenda y las arras del Paraíso. ¡Oh! ¡Y qué estimables son estas riquezas!

Al alma devota de esta Sangre puede decirse lo que San Jerónimo a la virgen Eustaquia, auro incedis onusta: eres un oro sin precio. Y, en efecto, San Ambrosio da este nombre a la Sangre de Cristo. ¿Quién, pues, no querrá enriquecerse con él? ¿No sería el colmo de la locura que hallándose uno junto a una mina de oro, de donde pudiese sacar libremente cuanto quisiese, prefiriese gemir en su pobreza? Pero ¡ah! ¿No es una locura mil veces mayor al de un alma que desprecia semejante devoción y se priva de las delicias celestiales que derrama en el fondo del corazón este baño saludable?
COLOQUIO
Comprendo ahora, Jesús mío, lo que causa mis angustias y mis miserias. Hasta aquí he apreciado poco vuestra Sangre, he vivido en la tibieza y he manifestado poca solicitud por aprovecharme de Ella. ¡Ah! ¿Qué no habría yo obtenido si con una fe viva y una caridad ardiente la hubiese ofrecido muchas veces al pie de vuestro trono; si con un profundo sentimiento de piedad y de respeto le hubiese adorado; si con las disposiciones convenientes me hubiese acercado a recibir los Santos Sacramentos que son las fuentes de donde la sacamos? Más no será así en adelante; desde hoy quiero profesar la más ferviente devoción a esa Sangre de vida eterna; Ella hará las delicias de mi corazón, el objeto de todos mis deseos y afectos, y después de haber hallado en vuestra Sangre mi consolación, mi paz y mi tranquilidad durante esta vida, espero hallar por ella una gloria eterna en el Cielo.
EJEMPLO
Se refiere de Santa Teresa que, teniendo un día el Santísimo Sacramento en sus labios, le pareció que su rostro y toda su persona estaba inundada de sangre tan caliente como si acabase de salir de las venas que la contenían; en el mismo instante la Santa experimentó una deliciosa consolación, y el Señor la dijo: «Quiero que mi Sangre te haga feliz y confía en mi misericordia que jamás te faltará; yo la he derramado con dolor y tú la posees con delicias.» Y en efecto, a mi Redentor le ha costado el precio inmenso de una dolorosa efusión; y a mí se me da sin trabajo, y antes bien me proporciona la alegría y las delicias del corazón.
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.