Julio, mes de la Preciosísima Sangre de Cristo- Día 5

La sangre de Jesucristo vivifica al alma manchada por el pecado

ALABANZAS A LA SANGRE DE CRISTO

Jesús, autor de nuestra salvación. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que diste tu Sangre en precio de nuestro rescate.¡Bendita es tú Sangre preciosa !
Jesús, cuya Sangre nos reconcilia con Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa !
Jesús, que con tu Sangre nos purificas a todo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tu Sangre limpias culpas. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, por cuya Sangre tenemos acceso a Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Espíritu cuando bebemos tú Sangre. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, con cuya Sangre pregustamos las delicias del cielo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tú Sangre fortaleces nuestra debilidad. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Sangre en la Eucaristía. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre es prenda del banquete eterno. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos vistes con tú Sangre como traje del Reino. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre proclama nuestro valor ante Dios. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Oración.
Jesús, Salvador nuestro, presenta al Padre Tú Sangre que, en virtud de Espíritu Santo, derramaste por nuestro amor. Purificados de nuestros pecados en el baño de esa sangre sagrada, esperamos alcanzar por ella la gracia de las gracias: nuestra salvación eterna. Así sea.
Autor: Padre Pedro García, Claretiano
I. ¡Oh! ¡Y qué horribles y repugnantes son las manchas que nuestras faltas producen en nuestra alma! De tal manera la corrompen que San Agustín llega hasta decir que “Dios prefiere el olor de un perro muerto, al que exhala un alma pecadora.”

Por esto, hablando el profeta Isaías a los pecadores, les exhorta a lavarse y purificarse en la fuente de la vida: lavamini, mundi estote. Pero ¿cuál es esta fuente de vida sino la purificadora y vivificadora Sangre del Cordero inmaculado en que se sumergen las almas para salir purificadas de toda mancha? “La Sangre de Cristo, dice el Apóstol, nos limpia de toda iniquidad:” Sanguis Christi emundat nos ab omni iniquitate.

La Sangre del Redentor es comparada a una fuente que ni está cerrada, ni oculta, sino abierta y visible a todos. Así que el profeta Isaías la vio en espíritu manar en abundancia las aguas que deben purificar las almas. Espárcense en seguida con profusión por todas las partes de la casa del verdadero Jacob, que es la Iglesia y su principal destino consiste en quitar de nuestras almas las manchas del pecado. Y ¿se hallará todavía quien quiera permanecer en sus impurezas y rehúse aproximarse a esta benéfica fuente de salud?

II. Considerad la injuria que hace el pecador a la Sangre Preciosísima de Jesucristo cuando prefiere vivir en toda la torpeza y fealdad del pecado a purificarse en esta fuente de vida.

¿Qué dirías, oh alma mía, de aquel que sumido en el fango quisiese más bien revolcarse en él, que acercarse a una fuente de agua limpia que pudiese lavarle? ¿No dirías que estaba loco? Pues bien, ¿cuánto más detestable no será la locura del pecador que pasa los años en el lodazal de sus vicios, y olvidándose de su alma, de la eternidad y de Dios, se aleja del baño purificante de esa Sangre Preciosísima?

Pecadores, despertad, que para vosotros se ha abierto esa fuente, Venid, lavaos y purificaos: Lavamini, mundi estote.

Mas ¿qué digo? no es ya solamente una fuente. La Sangre de Jesucristo es un vasto río, o más bien, un mar profundo sin límites y sin orillas que inunda y cubre toda la tierra; porque la misericordia divina, que distribuye esta Sangre Preciosísima, carece de límites.

Esto hacía decir a Santa María Magdalena de Pazzis, que el Señor nos había enviado dos veces el diluvio: la primera, en tiempo de Noé, cuando la inundación universal de la tierra; y la otra, en la época de la plenitud de la gracia. El Verbo hecho hombre (estas son sus palabras) envió de nuevo el diluvio a este miserable mundo; y ¿qué diluvio es éste sino una gracia sobreabundante y la efusión de su Sangre?

Ésto hace decir igualmente a San Juan Crisóstomo: «Esta Sangre derramada lava y purifica a todo el orbe:» Hic sanguis effusus universum abluit orben terrarum.

Ahora pues, ¡oh pecador!, he aquí la ocasión favorable de arrojar al seno de este mar inmenso el peso de tus pecados; y no puedes dudar de la voluntad del Señor de borrarlos prontamente, pues que te ha hecho entender por su profeta Miqueas que arrojará todas nuestras iniquidades en el mar profundo de su misericordia: Proficiet in profundum maris omnia peccata nostra.
COLOQUIO
Amantísimo Jesús, que me invitáis a arrojarme en el mar inmenso de vuestra Preciosísima Sangre a fin de purificarme de todas las manchas contraídas por mis iniquidades, muy culpable sería yo para con Vos si me hiciese sordo a la invitación de vuestra gracia

 Sí, oh Jesús mío, quiero sumergir toda mi alma en esas aguas de misericordia y de gracia. Vos veis todas las impurezas, todas las aflicciones, todas las miserias que hay en ella, y sólo Vos podéis purificarla. 

Purificadme, pues, oh Señor, diré con el leproso del Evangelio, porque podéis hacerlo. Una sola señal de vuestra voluntad basta para purificarme: Domine si vis, potes me mundare.

 Haced, pues, que oiga de vuestros labios estas dulces y consoladoras palabras: Volo, mundare: «quiero, sé limpio.» Purificado así por vuestra Sangre, conservadme esta pureza hasta la muerte.
EJEMPLO
Para animar al pecador a arrojarse en su Sangre con una entera confianza en su misericordia, el Señor se apareció un día a Santa Matilde sobre un altar con las manos extendidas. Sus santas llagas como si estuviesen aún frescas derramaban sangre abundante, y la dijo: «Ve aquí mis llagas, abiertas de nuevo, a fin de poder aplacar al Eterno Padre para con los pecadores. Los hay tan cobardes y tímidos que no tienen bastante resolución para confiar en mi amor. Si recurriesen frecuentemente a mi Pasión, y adorasen devotamente mis llagas ensangrentadas, alejarían de sí todo temor.»
JACULATORIA
Eterno Padre, os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de la Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.