Biblia y Liturgia

P. Guillermo Rosas ss.cc.





A un primer golpe de vista, pareciera que la Biblia y la Liturgia fueran cosas muy distintas. Sin embargo, una mirada apenas un poco más atenta descubre que tienen mucho en común. Por una parte, hay muchos textos en la Sagrada Escritura cuyo contexto es el culto, sea porque lo describen o porque son textos utilizados en el culto. 

Los más conocidos son los Salmos, que hasta el día de hoy forman la estructura portante de la Liturgia de las Horas, pero también en el Nuevo Testamento hay textos como el Himno de Filipenses 2,6-11, los Cánticos evangélicos (entre otros el “Magnificat”, en Lc 1,47-55, y el “Benedictus”, en Lc 1,68-79), la oración del Padre Nuestro (Mt 6,9-13), y muchos otros, que forman parte integral de la liturgia cristiana desde los inicios de la Iglesia.

Pero es más: en cierto modo, el primer libro litúrgico de la historia del cristianismo fue la Biblia. Lo que hoy llamamos “lecturas” en la misa y las demás celebraciones, comenzaron siendo los relatos “kerigmáticos”, es decir del anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y luego todo lo que Jesús había hecho y dicho durante su ministerio. 
Las cartas que Pablo y otros discípulos enviaban a las comunidades recién fundadas eran también leídas en las celebraciones y fueron incorporándose así, poco a poco, al cuerpo de lo que hoy llamamos Nuevo Testamento, parte fundamental de la Biblia cristiana.

Desde la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II la liturgia cuenta con una riqueza de lecturas nunca antes vista. Un católico que participa cada domingo en la misa tiene, en el curso de los tres años A, B y C en los que están distribuidas las lecturas bíblicas, una visión panorámica del conjunto de la Sagrada Escritura sólo por su participación en la liturgia. Los Leccionarios y Evangeliarios son libros litúrgicos que no hacen sino tomar la Biblia y hacerla “litúrgica” por la selección ordenada de textos y antífonas de la Sagrada Escritura.

Pero la Biblia no está sólo presente en las lecturas. Los mismos textos que se hallan en el Misal y los demás Rituales, llamados textos eucológicos (las antífonas, las oraciones, los prefacios, la plegaria eucarística, las fórmulas y las oraciones consagratorias de los sacramentos, y muchos otros), repiten a menudo frases bíblicas o revelan claramente su inspiración en la Escritura.

Por todo esto, la Biblia y la Liturgia están muy estrechamente unidas en nuestra fe, y muy especialmente en la eucaristía, el principal de los sacramentos. La Palabra tiene, en la misa, la misma importancia que la eucaristía. Quien “comulga” con la Palabra comulga con el Señor, igual que quien comulga con la eucaristía. La Palabra y la eucaristía son manifestación de Jesús Resucitado. Dice San Ambrosio en el siglo IV que “Jesús ha dado su Palabra como pan”, y San Jerónimo (siglo V, traductor de la Biblia al latín) dice: “Por mi parte, estimo que el Evangelio es el cuerpo de Cristo, y que las Sagradas Escrituras son su doctrina. Cuando el Señor habla de comer su carne y de beber su sangre, eso puede entenderse ciertamente del misterio [de la eucaristía]. Sin embargo, su verdadero cuerpo y su verdadera sangre son [también] la palabra de las escrituras y su doctrina”. Por eso se habla de las “dos mesas” a la misma altura, la “mesa da la palabra” y la “mesa de la eucaristía” para describir las dos grandes partes de la misa.&

“La Iglesia no deja nunca de tomar”, dice el Concilio Vaticano II “el pan de vida, lo mismo de la mesa de la Palabra de Dios que de la del cuerpo de Cristo”.