Cognoscetur Dominus judicia faciens
Se reconocerá que el Señor hace justicia (Ps IX. 17.)
Se reconocerá que el Señor hace justicia (Ps IX. 17.)
“No hay persona en el día mas despreciada en el mundo que Jesucristo. Se hace más caso de un hombre cualquiera que de Dios, porque se teme que este hombre viéndose ofendido, se indigne y se vengue; mientras a Dios se le ultraja y se multiplican contra Él las injurias, como si Dios no pudiese vengarse cuando le place: Y juzgaban del Todopoderoso como si nada pudiese (Job XXII, 17).
Mas para esto Dios tiene destinado un día, que es el día del juicio universal, día llamado por la Escritura Día del Señor, en que Jesucristo querrá darse a conocer por el Señor de todas las cosas: Conocido será el Señor que hace justicia(Sal IX, 17). Este día no se llama el día de misericordia y de perdón, sino día de ira, día de tribulación y de angustia, día de calamidad y de miseria(Soph. 1, 15). Sí, porque entonces el Señor vendrá a resarcir el honor que los pecadores de esta ingrata y pérfida tierra han osado arrebatarle. Veamos pues como vendrá el juicio de este gran día.
Antes de la llegada del Juez, Fuego irá delante de él (Sal. XCV, 3): vendrá fuego del cielo que abrasará la tierra y todo cuanto esta encierra: La tierra y todas las obras que hay en ella serán abrasadas (II S. Pedro, III 10) Así pues, palacios, iglesias, casas de campo, ciudades, reinos, todo esto se reducirá a un montón de cenizas. Preciso es purificar con el fuego esta gran casa contagiada por la presencia del pecado. Ved ahí el término final de las riquezas, de las pompas y de las delicias de la tierra. Los hombres habrán ya muerto, sonará la trompeta, y resucitarán todos: La trompeta pues sonará, y los muertos resucitarán (I Cor. XV, 52).
S. Jerónimo, comentando el capítulo S de S. Mateo, dice: Cuando considero el día del juicio, me estremezco: siempre me parece resonar en mis oídos aquella trompeta: Levantaos, muertos, venid a juicio. Al son de esta trompeta las almas de los bienaventurados descenderán bellas todas y resplandecientes para unirse a sus cuerpos, con los que habrán servido a Dios en esta vida. Y las almas desdichadas de los condenados saldrán del infierno para unirse a esos cuerpos malditos con los cuales han ofendido a Dios.
Oh ¡qué diferencia entonces entre los cuerpos de los bienaventurados y los de los réprobos! Aquéllos aparecerán blancos como la nieve y más brillantes que el mismo sol: Entonces los justos resplandecerán como el sol. ¡Feliz aquel que sabe mortificar su carne en esta vida, negándole los deleites prohibidos, y que para enfrenarla mejor le niega hasta los placeres lícitos de los sentidos, y la maltrata como lo han hecho los santos ¡ Oh! ¡cuán lleno de contento estará entonces!, como S. Pedro de Alcántara que, después de su muerte, dijo a Sta. Teresa: ¡O feliz penitencia, que tanta gloria me ha producido! Los cuerpos de los reprobados, al contrario, parecerán feos, negros y hediondos. ¡Oh! ¡Qué pena entonces para el condenado el reunirse con su cuerpo! ¡Cuerpo maldito! dirá el alma, ¡yo me he perdido para darte gusto! Y el cuerpo dirá: Alma maldita, tú que estabas dotada de razón, ¿por qué me concediste aquellos placeres que te han perdido conmigo por toda una eternidad?
FUENTE:
-San Alfonso María de Ligorio: Preparación para la muerte. Librería de Pons, 1860.