ESTABA junto á la cruz de Jesús, la Madre suya." ...."Mujer , he ahí á tu hijo.".... " y (hablándole al Discípulo) ahí tienes á tu Madre," dice el Evangelio que hace cantar la Iglesia en la gran fiesta de la Dolorosa.
Y en alta voz también recita ese día la Iglesia tomándolo del sagrado libro de Judith: "El Señor ha derramado sobre tí sus bendiciones comunicándote su poder, pues por medio de tí ha aniquilado á nuestros enemigos. Bendita eres del Señor Dios Altísimo, oh Hija mía, sobre todas las mujeres de la tierra; bendito sea el Señor Criador del cielo y de la tierra ... . porque hoy ha hecho tan célebre ta nombre, que no cesarán jamás de publicar tus alabanzas cuantos conservaren en los siglos venideros la memoria de los prodigios del Señor; pues no has temido exponer tu vida por tu pueblo viendo las angustias y tribulaciones de tu gente, sino que has acudido á nuestro Dios para impedir su ruina."
Prorrumpe así mismo la Iglesia en este gradual sublime: "¡Oh vosotros, los que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor como el dolor mío!" En vista de eso y de tanto que nos enseñan los Santos Padres, no cesaremos de decirlo: Jesucristo no puede ser bien entendido, admirado, amado, servido y aprovechado.... sin su Madre: la Madre del Dios Hombre nos es necesaria para todo eso.
Está presente, pues, al sacrificio de Jesucristo, la gran Virgen, la gran Madre, la gran Reina, animada de más ciencia de Dios que todos los ángeles, de más amor á Dios que todas las criaturas, entendiendo y participando del sacrificio de su Hijo sobre toda inteligencia y mérito criado; el corazón magnánimo de esa Reina es todo amargura, y su fortaleza para resistirla supera á todo poder criado.
La santidad del combate de ese corazón, entusiasma á las milicias angélicas y pone en rábia y fuga vergonzosa y completa á Satanás con todas las legiones de sus ángeles malditos; y el cielo y el infierno ven con cuánta razón se quiso dar anticipada idea siglos antes, con la proeza de Judith, de esta otra maravillosísima que á todas las de criatura supera: La Mujer venciendo á Leviatán, la Madre de Dios venciendo hoy al altivo Arcángel despeñado en otro tiempo de las alturas; esa Mujer y su Jesús con el artificio del árbol del Calvario, humillando todo fraude y toda soberbia.
Ahora, pues, ofrezco este derecho de Madre, y le pongo en vuestras manos de nuevo, para que vuestro Hijo y mío sea sacrificado por la redención del linaje humano. Recibid, Señor mío, mi aceptable ofrenda y sacrificio, pues no ofreciera tanto, si yo misma fuera sacrificada y padeciera; no sólo porque mi Hijo es verdadero Dios y de vuestra substancia misma, sino también de parte de mi dolor y pena. Porque si yo muriera y se trocaran las suertes, para que su vida santísima se conservara, fuera para mí de grande alivio y satisfacción de mis deseos."
Ni tampoco á su madre Sara se le dió cuenta de aquella mística ceremonia, no sólo por la pronta obediencia de Abraham, sino también porque aun esto sólo no se fiaba del amor maternal de Sara, que acaso intentaría impedir el mandato del Señor, aunque era santa y justa. Pero no fué así con María Santísima, que sin recelo le pudo fiar el Eterno Padre su voluntad eterna, porque con proporción cooperase en el sacrificio del Unigénito con la misma voluntad del Padre." (Mística Ciud. 1,376.)
Cuando el Hijo es abrevado con hiél, expresión de crueldad insuperable del odio farisaico, ¿cuál no sería la amargura de la Madre? cuando el primer clavo desgarra la mano sacrosanta del Hacedor Supremo, cuando el esfuerzo de los verdugos tortura tirando de la otra mano del Crucificado para extender la víctima hasta dislocarle los huesos, ¿podría imaginarse álguien el dolor supremo de compasión materna de la Corredentora?
El buen Ladrón es justificado y se convierte en gran apóstol y gran santo, se alza á última hora con el reino de los cielos y tiene la gran dicha de ser el agraciado con la segunda palabra del Rey Omnipotente. A tu inintercesión, Señora, se debe tan gran piedad del Cordero de Dios que ha venido á salvar lo que se había perdido y lo más despreciable entre los mismos pecadores. Bien llegada es á tal hora esa otra palabra que el Hijo dirige á la Madre del dolor: "Mujer, he ahí á tu Hijo," refiriéndose á Juan el apóstol, y el complemento que dirige á éste: "he ahí á tu Madre." Jamás meditaremos bastante la delicadeza de estas expresiones y las riquezas que atesoran.
Y en aquella palabra "mujer," tácitamente y en su aceptación , dijo: Mujer bendita entre todas las mujeres, la más prudente entre los hijos de Adán; mujer fuerte y constante, nunca vencida de la culpa , fidelísima en amarme, indefectible en servirme y á quien las muchas aguas de mi pasión no pudieren extinguir ni contrastar . Yo me voy á mi Padre, y no puedo desde hoy acompañarte; mi discípulo amado te asistirá y servirá como á Madre, y ser á tu hijo . Todo esto entendió la divina Reina." (Mística Ciud . 1394).
Tú apura s es e cáli z que han pretendido beber dos de los apóstoles de tu Hijo, y estás dispuesta á sufrir, no sólo esos tormentos en que el Redentor va á exhalar el último aliento , sino auná experimentar en te dolor de esa lanzada que si hiere y hace manar la sangre del corazón de un muerto, hiere en verdad el alma tuya y hace brotar de tus ojos lágrimas como desanare.
Venga, pues, en buena hora e momento supremo en que el Hijo de sus entrañas, dando una gran voz, diga con el acento del Verbo divino humanado que deja la vida: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu," incline su cabeza y muera como el cordero de sacrificio. ¡Acompañárnoste, oh Señora, en tanto dolor! ¿Quién como tú, que excedes á todos los mártires, que eres más que mártir, que tanto te asemejas á tu Hijo el Redentor divino?
Aquella singular Providencia que te hizo inmaculada desde el primer instante de tu concepción, que te dió á José como esposo digno solo de tí, hoy te depara un amigo dignísimo en tu infortunio y desolación, que vaya al Presidente que ordenó el suplicio, y con denuedo que arrostre toda dificultad, denuedo que el Dios de Moisés da oportunamente al corazón de los justos, le dirá: "Dárne el cuerpo de ese Nazareno, que es el Hijo de Dios, para darle digna sepultura, porque la Madre muere de dolor.
El consuelo le tendrá la dulce Madre. ¡Dichoso ese justo José, que prestó semejante servicio á Mujer tan agradecida, haciéndose acreedor á esos agradecimientos íntimos de familia por grandes favores en honra de un deudo difunto: el deudo era el Hijo de Dios, la favorecida la Madre de Dios; el favor era libertar á ese deudo del vilipendio é infamia á que eran dados los restos mortales de los crucificados.
Ella apura aun ese dolor; el Eterno Padre quedará altísimamente complacido de la fortaleza de esa su Paloma, su Escogida, su Perlecta, su Única; de esa Hija de Abraham, que así ha robado su corazón; y al fin la Madre podrá tener entre sus brazos y estrechar contra su pecho, á ese "manojito de mirra" que al cabo soltará para que le dejen dormir en paz su sueño de tres días.
Ella morirá de desolación, pero con fidelísima obediencia, con fe í¡rmísima, con esperanza incontrastable, irá luego al Cenáculo á continuar y concluir la estupenda obra de su Hijo y de su Esposo, de su Señor y su Dios, resucitado como está seguro de verle, de ahí á poco, según su palabra, palabra tan santa, que antes perecerían el cielo y la tierra que ella dejara de cumplirse.
¡Dolorosa Madre, ruega por nosotros para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo!