Fuente: Las hermosas palabras del Señor
260. Retiro de julio - Sangre de Cristo, embriágame
1. Fe y devoción en torno a la Sangre de Cristo
1. Las aspiraciones piadosas del “Anima Christi” (“Alma de Cristo, santifícame”), que se encuentran recogidas en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio y han pasado como ejercicio devocional al Apéndice del Misal Romano, nos introducen en una veneración afectuosa y entrañable de la humanidad santísima de Jesús. Nos postramos espiritualmente ante Jesús crucificado. Lo contemplamos como la oferta de salvación que el Padre nos ofrece, y, prendidos de un amor sincero que nace del corazón, vamos repasando su cuerpo y le decimos lo que a solo él, - no a ningún santo, ni tampoco a la Virgen, nuestra Madre - podemos decirle:
Anima Christi, sanctifica me.
Corpus Christi, salve me.
Sanguis Christi, inebria me.
Aqua lateris Christi, lava me.
Passio Christi, conforta me.
O bone Iesu, exaudi me.
Intra tua vulnera absconde me.
Ne permittas me separari a te.
Ab hoste maligno defende me.
In hora mortis meae voca me.
Et iube me venire ad te,
ut cum Sanctis tuis laudem te
in saecula saeculorum. Amen.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Es una oración que ha nacido en los claustros medievales, y que se halla en varios códices del siglo XIV.
2. Esta piedad afectiva y deleitosa ha alimentado a innumerables fieles de la Iglesia en épocas sucesivas.
Es una piedad
- de intimidad personal
- abierta a la experiencia espiritual y directamente mística,
- con la adoración del cuerpo santo del Señor
- con un secreto latido esponsal.
- Piedad en torno a la Pasión sangrienta de Jesús,
- vivida como piedad eucarística.
- Piedad de consagración oblativa, en la cual se pide el supremo don de la identificación con Cristo.
- En suma, una piedad válida en sí misma, que pide ser siempre “reencentrada” en la Escritura, para que no degenere en devocionalismo, que entonces quedaría desvirtuada.
(“… Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes (recordemos que fueron sesenta los verdugos quienes lo azotaron, quienes se iban relevando, Pilato había prometido dejarlo libre después del castigo y los judíos sobornaron a los verdugos para que resultara muerto, pero Jesús no moría y seguían azotándolo y azotándolo, por ello se explica la cantidad de azotes que recibió y se podrán dar cuenta en las condiciones deplorables en que llevó la Cruz). Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. - Nuestro Señor mismo le dictó las oraciones a la santa –.
Obviamente no entramos en discusión de esta gran santa medieval; ni analizamos la subjetividad de una experiencia mística real.
Para el sencillo es obvio que Jesús no recibió 5480 azotes, ni que fueron 60 los verdugos que lo azotaron).
3. La “Preciosa Sangre de Cristo” es honrada con el culto litúrgico, con la fiesta propia, culto plenamente legítimo, que tanto bien ha hecho en la Iglesia. Recordemos lo escrito en otra ocasión (En este blog, n, 68. Preciosa Sangre de Cristo, 2 de julio de 2011).
El 1 de julio se celebraba en la Iglesia universal la fiesta de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” (éste era el título litúrgico), fiesta a la que el Papa Beato Juan XXIII quiso darle un esplendor especial con una carta apostólica que escribió el año 1959. Es bueno recordar este documento, no para lamentar una disposición litúrgica que luego veremos, sino para evocar ese latido de amor con que los fieles cristianos se han acercado a adorar la santa humanidad de Cristo, ensangrentada en la cruz.
Citaré algunas frases.
Decía el Papa: “Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio”.
“Nos parece muy oportuno – añadía - llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados".
En aquella carta apostólica hacía una breve historia.
“Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.”
Cuando el Papa escribía estas cosas no se había celebrado el Concilio Vaticano II (1962-1965), si bien ya estaba anunciado (enero 1959).
Sin duda que fue un momento muy delicado, cuando después del Concilio, al hacer la reforma general del Calendario de la Iglesia (1969), llegando al primero de julio, se suprimió esta fiesta. En el nuevo Calendario fue suprimida y se razonó de esta manera:
4. La sangre humana aparece en las primeras páginas de la Biblia, triste tragedia que marca una hendidura en la historia: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo” (Gn 4,8).
Pero tenemos otro Hermano y otra Sangre, la Sangre de la nueva Alianza: “Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo… y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel” (Hb 12,22-24).
En la alianza de Dios con Noé, la sangre – sangre de animal, sangre de hombre – adquiere una sacralidad total, que se va a respetar a lo largo de la Biblia. La sangre es la evidencia misma de la vida, y sobre la vida solo Dios tiene dominio, solo Dios.
“… Pero no comáis carne con sangre, que es su vida. Pediré cuentas de vuestra sangre, que es vuestra vida; se las pediré a cualquier animal. Y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano.
Quien derrame la sangre de un hombre,
por otro hombre será su sangre derramada;
porque a imagen de Dios hizo él al hombre” (Gn 9,4-6).
5. Desde este último trasfondo hemos de entender las palabras de Jesús, que nos ponen ante el realismo total de la Encarnación, de la Cruz y de la Eucaristía.
Jesús hablaba del pan, del pan de la vida, del pan vivo. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Esto es muy bello, y resulta delicioso oírlo y aceptarlo.
Pero, de pronto, las palabras de Jesús se convierten en estas otras:
“Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (en el mismo versículo 51).
El pan pasa a ser carne, carne de Jesús, que es la carne de la crucifixión y la carne de la Eucaristía.
Esto provoca una reacción de rechazo, y Jesús nos adentra más en el misterio:
“Entonces Jesús les dijo:
Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre.
El que come mi carne
y bebe mi sangre
tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día” (vv. 53-54).
Las palabras de Jesús, que han avanzado hasta el final, nos dan la clave del misterio.
Donde está la sangre está la vida, según toda la tradición de la Escritura; pero Jesús aquí equipara carne y sangre, y las pone en unidad indisoluble. Por tanto, grabemos estas conclusiones:
1ª. El come la carne y bebe la sangre tiene vida, vida eterna.
2ª. El no come la carne ni bebe la sangre no tiene vida, vida eterna.
3ª. La vida eterna es la vida duradera hasta la eternidad y esa vida incluye la resurrección.
6. Según esta revelación, se trata de comer la carne y de beber la sangre. Como si Jesús nos introdujera en un rito iniciático y secreto en el cual el discípulo entra en comunión con Dios que le va a dar el secreto de la vida divina.
Ya no se trata de comer el pan espiritual que nos une con la divinidad y acaso con nuestros seres que cruzaron la barrera de la muerte; se trata de comerle a él, la carne del Hijo del hombre. Ni se trata tampoco de libar una bebida celestial de esta tierra, sino que se traba de beber la sangre del Hijo del hombre.
No se trata de ponerse bajo la parrilla de una víctima sacrificada, para que su sangre caiga sobre mi cabeza y bañe mi cuerpo; se trata de que la sangre del Hijo del hombre, la misma sangre del Hijo de Dios, derramada en la cruz, yo la alce en una copa, la copa de la salvación, y la beba entera hasta agotarla.
Ya no se trata de aquello que dice el Apóstol: “No os embriaguéis con vino (Pro 23,31), que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu” (Ef 3,18). Se trata de embriagarse con la sangre de Cristo: Sangre de Cristo, embriágame.
6. El que lee críticamente la Biblia, a lo mejor puede pensar que este lenguaje y esta formulación proceden de experiencias cultuales ya avanzadas de determinados cenáculos de vida cristiana, de los cuales son testigos las comunidades de Juan.
Pero ocurre que, saliendo del Evangelio místico de Juan, el Discípulo amado, el comer la carne de Jesús y beber la sangre de Jesús, la comunidad cristiana lo guarda como herencia de lo que realmente Jesús dijo al celebrar la última Cena pascual.
Jesús habla de comer y habla de beber, y al nombrar el pan y al nombrar el vino, Jesús habla de cuerpo y de sangre: eso es lo que hay que comer y beber. El relato transmitido por san Mateo nos dice así:
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo… Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28).
Las palabras de la cena, que están ajustada a las primeras celebraciones eucarísticas de las comunidades, nos dicen claramente que el rito del pan y del vino definitivamente ya no es el rito de la Pascua de los judíos, sino que es mística y realmente
- la comida de la carne del Señor,
- y la bebida de la misma sangre del Señor.
Es lo más sublime y divino que se ha dado a un ser humano en esta tierra.
3. En la órbita de mi intimidad y espiritualidad
7. Si yo digo “Sangre de Cristo, embriágame” quizás, llevado de la emoción, estoy expresando un deseo desmedido. A lo mejor, debajo de estas palabras arrebatadas y explosivas, estoy manifestando un anhelo muy sincero de mi corazón que lo percibo en dimensiones más realistas. Yo deseo en verdad
- que Jesús sea el todo de mi vida,
- que su santa humanidad penetre toda mi humanidad,
- que su vida, en fin, sea vida mía en tiempo y eternidad.
Esta confesión de fe está muy bien expresada en las aspiraciones que dirigimos al alma y al cuerpo de Jesús y al agua de su divino costado.
Para hablar de la sangre de Cristo, que quisiéramos que fuera sangre nuestra y verdadero manantial de vida, el recuerdo de san Pablo, cuando les habla de los sacrificios paganos a la comunidad de Corinto, nos da unas claves preciosas de espiritualidad.
“El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?” (1Co 10,16).
He aquí la guía de una auténtica espiritualidad de la sangre de Cristo.
Beber el cáliz es comulgar la sangre de Cristo. San Pablo saca una consecuencia inmediata: Si todos comemos de lo mismo, si todos nos abrevamos de lo mismo, nos convertimos todos en uno. “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues comemos todos del mismo pan” (v. 17).
La unidad de la Iglesia – y de la pequeña comunidad donde vivimos, que es imagen de la Iglesia – se hace eminentemente del único pan que todos comemos, del único cáliz-sangre que todos compartimos.
8. El Beato Juan XXIII, en la carta citada, nos invitaba a "devotas meditaciones" sacando nuestros pensamientos de las santas Escrituras, especialmente de los Evangelios.
"Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado) (Himno Adoro te devote), como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI (Bula Unigenitus Dei Filius, 25 de enero de 1343). Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto (Lc 22,43), en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en unión con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las palabras que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et nomem Domini invocabo... Sanguis Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea. De tal manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán con más abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna, que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" (Hb 9,14) mereció para el mundo entero.
Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios, sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que despiden llamas, terribles para el demonio, considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros... Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras" (In Ioannem, Homil. XLVI).
9. Hay una línea de espiritualidad para acceder a los misterios. Es la de la intimidad personal. ¿Qué pasa entre Cristo y yo, cuando yo he sido amorosamente atraído para hacer unidad con él?
¿Podemos pedirle tanto como “Sangre de Cristo, embriágame”?
Sí.
Podemos decirle, suplicantes, sin presunción, temblorosos: Yo sé, Jesús, que tu sangre es tu vida, tu lucha, tu historia. Y sé que, al comulgar, recibo todo eso. Lo que haya de ser mi vida futura está dentro de tu sangre que recibo. Tu sangre es mi destino. Pero de tu sangre vino tu resurrección: al comulgarte tal como eres, comulgo tu resurrección; comulgo tu vida, comulgo la resurrección de la carne.
Tú dijiste: Padre, aparta de mí este cáliz.
Pero también dijiste: “El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?” (Jn 18,11).
Ahora, Jesús, el cáliz para mí es tu cáliz. Pensándolo así, te puedo de puedo decir: Sangre de Cristo, embriágame. Amén.
(Esta oración, rimada en sencilla poesía puede ser orada de modo individual, meditando el contenido espiritual de los versos; o puede rezarse comunitariamente a dos coros, alternando las estrofas impares y las pares. En una oración comunitaria se puede ir leyendo a dos coros las estrofas, o – mejor – se puede cantarlas con un semitonado, con ritmo contemplativo, compuesta para mi Parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo).
(Coro primero)
1. Preciosa Sangre de Cristo,
por nosotros derramada,
de cinco heridas manantes
eres Amor que nos salva.
(Coro segundo)
2. Sangre de Dios humanado,
sangre mía, de mis llagas,
toda mi vida y pasión
la veo ahí reflejada.
(Coro primero)
3. Conmigo te hiciste uno,
amándome hasta la entraña:
nada que humano se diga
fue ajeno a tu vida humana.
(Coro segundo)
4. Y todo ofreciste al Padre:
mis alegrías y lágrimas;
mi vida y muerte son tuyas,
mía será tu morada.
(Coro primero)
5. Hoy vives resucitado
y sobre el mundo te alzas;
eres perdón de los hombres
y tu gracia nos regalas.
(Coro segundo)
6. Sangre preciosa, purísima,
de María inmaculada,
eres la paz, la belleza
que adorna a tu Iglesia santa.
(Coro primero)
7. Cuando miro al Crucifijo,
te veo, Sangre adorada,
de manos, pies y costado,
Sangre que riega y que salva.
(Coro segundo)
8. A esa llaga del Costado
me acerco para besarla,
y me siento refugiado,
libre de toda acechanza.
(Coro primero)
9. Corazón que un día abrió
el soldado con la lanza,
y de esa fuente brotan
ríos de sangre y de agua.
(Coro segundo)
10. Era el signo del Espíritu
que Dios Padre nos mostraba,
y en los siete Sacramentos
a la Iglesia confiaba.
(Coro primero)
11. Sangre divina de Cristo,
al Padre sean las gracias;
te adoro en la Eucaristía
que entera traspasa el alma.
(Coro segundo)
12. Preciosa Sangre de Cristo,
en mi iglesia venerada,
tú serás mi eterna gloria,
Sangre de Dios sacrosanta. Amén.
Sangre de Cristo, embriágame
Embriágame de dulzura,
Sangre de Cristo preciosa,
y que el alma silenciosa
sienta el amor que le cura.
Embriágame de pasión,
sangre por mí derramada,
para que en mí no haya nada
extraño a su corazón.
Embriágame de pureza,
sangre de Dios virginal,
para que el hombre animal
no profane mi grandeza.
Embriágame de bondad,
sangre santa del Calvario,
para que no haya adversario
que ofenda tu santidad.
Embriágame hasta perder
el raciocinio y sentido,
que, al verme de Dios transido,
Dios será mi amanecer. (Julio 2009).
Desde México-Tlalpan, 10 julio 2012
(en la memoria santa Verónica Giuliani)
260. Retiro de julio - Sangre de Cristo, embriágame
1. Fe y devoción en torno a la Sangre de Cristo
1. Las aspiraciones piadosas del “Anima Christi” (“Alma de Cristo, santifícame”), que se encuentran recogidas en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio y han pasado como ejercicio devocional al Apéndice del Misal Romano, nos introducen en una veneración afectuosa y entrañable de la humanidad santísima de Jesús. Nos postramos espiritualmente ante Jesús crucificado. Lo contemplamos como la oferta de salvación que el Padre nos ofrece, y, prendidos de un amor sincero que nace del corazón, vamos repasando su cuerpo y le decimos lo que a solo él, - no a ningún santo, ni tampoco a la Virgen, nuestra Madre - podemos decirle:
Anima Christi, sanctifica me.
Corpus Christi, salve me.
Sanguis Christi, inebria me.
Aqua lateris Christi, lava me.
Passio Christi, conforta me.
O bone Iesu, exaudi me.
Intra tua vulnera absconde me.
Ne permittas me separari a te.
Ab hoste maligno defende me.
In hora mortis meae voca me.
Et iube me venire ad te,
ut cum Sanctis tuis laudem te
in saecula saeculorum. Amen.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Es una oración que ha nacido en los claustros medievales, y que se halla en varios códices del siglo XIV.
2. Esta piedad afectiva y deleitosa ha alimentado a innumerables fieles de la Iglesia en épocas sucesivas.
Es una piedad
- de intimidad personal
- abierta a la experiencia espiritual y directamente mística,
- con la adoración del cuerpo santo del Señor
- con un secreto latido esponsal.
- Piedad en torno a la Pasión sangrienta de Jesús,
- vivida como piedad eucarística.
- Piedad de consagración oblativa, en la cual se pide el supremo don de la identificación con Cristo.
- En suma, una piedad válida en sí misma, que pide ser siempre “reencentrada” en la Escritura, para que no degenere en devocionalismo, que entonces quedaría desvirtuada.
(“… Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes (recordemos que fueron sesenta los verdugos quienes lo azotaron, quienes se iban relevando, Pilato había prometido dejarlo libre después del castigo y los judíos sobornaron a los verdugos para que resultara muerto, pero Jesús no moría y seguían azotándolo y azotándolo, por ello se explica la cantidad de azotes que recibió y se podrán dar cuenta en las condiciones deplorables en que llevó la Cruz). Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. - Nuestro Señor mismo le dictó las oraciones a la santa –.
Obviamente no entramos en discusión de esta gran santa medieval; ni analizamos la subjetividad de una experiencia mística real.
Para el sencillo es obvio que Jesús no recibió 5480 azotes, ni que fueron 60 los verdugos que lo azotaron).
3. La “Preciosa Sangre de Cristo” es honrada con el culto litúrgico, con la fiesta propia, culto plenamente legítimo, que tanto bien ha hecho en la Iglesia. Recordemos lo escrito en otra ocasión (En este blog, n, 68. Preciosa Sangre de Cristo, 2 de julio de 2011).
El 1 de julio se celebraba en la Iglesia universal la fiesta de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” (éste era el título litúrgico), fiesta a la que el Papa Beato Juan XXIII quiso darle un esplendor especial con una carta apostólica que escribió el año 1959. Es bueno recordar este documento, no para lamentar una disposición litúrgica que luego veremos, sino para evocar ese latido de amor con que los fieles cristianos se han acercado a adorar la santa humanidad de Cristo, ensangrentada en la cruz.
Citaré algunas frases.
Decía el Papa: “Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio”.
“Nos parece muy oportuno – añadía - llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados".
En aquella carta apostólica hacía una breve historia.
“Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.”
Cuando el Papa escribía estas cosas no se había celebrado el Concilio Vaticano II (1962-1965), si bien ya estaba anunciado (enero 1959).
Sin duda que fue un momento muy delicado, cuando después del Concilio, al hacer la reforma general del Calendario de la Iglesia (1969), llegando al primero de julio, se suprimió esta fiesta. En el nuevo Calendario fue suprimida y se razonó de esta manera:
“1 de julio. Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Se suprime la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, establecida en el Calendario Romano en 1849, cuando Roma fue liberada de una sedición. La razón es que la Preciosísima Sangre de Cristo Redentor ya se venera en las solemnidades de la Pasión, como también en las de la Santísima Eucaristía y del Sacratísimo Corazón de Jesús y en la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Con todo, la Misa de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo pasa a figurar entre las Misas Votivas” (Calendarium Romanum, editio typica 1969, p. 128).2. En las fuentes de la Sagrada Escritura
4. La sangre humana aparece en las primeras páginas de la Biblia, triste tragedia que marca una hendidura en la historia: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo” (Gn 4,8).
Pero tenemos otro Hermano y otra Sangre, la Sangre de la nueva Alianza: “Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo… y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel” (Hb 12,22-24).
En la alianza de Dios con Noé, la sangre – sangre de animal, sangre de hombre – adquiere una sacralidad total, que se va a respetar a lo largo de la Biblia. La sangre es la evidencia misma de la vida, y sobre la vida solo Dios tiene dominio, solo Dios.
“… Pero no comáis carne con sangre, que es su vida. Pediré cuentas de vuestra sangre, que es vuestra vida; se las pediré a cualquier animal. Y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano.
Quien derrame la sangre de un hombre,
por otro hombre será su sangre derramada;
porque a imagen de Dios hizo él al hombre” (Gn 9,4-6).
5. Desde este último trasfondo hemos de entender las palabras de Jesús, que nos ponen ante el realismo total de la Encarnación, de la Cruz y de la Eucaristía.
Jesús hablaba del pan, del pan de la vida, del pan vivo. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Esto es muy bello, y resulta delicioso oírlo y aceptarlo.
Pero, de pronto, las palabras de Jesús se convierten en estas otras:
“Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (en el mismo versículo 51).
El pan pasa a ser carne, carne de Jesús, que es la carne de la crucifixión y la carne de la Eucaristía.
Esto provoca una reacción de rechazo, y Jesús nos adentra más en el misterio:
“Entonces Jesús les dijo:
Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre.
El que come mi carne
y bebe mi sangre
tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día” (vv. 53-54).
Las palabras de Jesús, que han avanzado hasta el final, nos dan la clave del misterio.
Donde está la sangre está la vida, según toda la tradición de la Escritura; pero Jesús aquí equipara carne y sangre, y las pone en unidad indisoluble. Por tanto, grabemos estas conclusiones:
1ª. El come la carne y bebe la sangre tiene vida, vida eterna.
2ª. El no come la carne ni bebe la sangre no tiene vida, vida eterna.
3ª. La vida eterna es la vida duradera hasta la eternidad y esa vida incluye la resurrección.
6. Según esta revelación, se trata de comer la carne y de beber la sangre. Como si Jesús nos introdujera en un rito iniciático y secreto en el cual el discípulo entra en comunión con Dios que le va a dar el secreto de la vida divina.
Ya no se trata de comer el pan espiritual que nos une con la divinidad y acaso con nuestros seres que cruzaron la barrera de la muerte; se trata de comerle a él, la carne del Hijo del hombre. Ni se trata tampoco de libar una bebida celestial de esta tierra, sino que se traba de beber la sangre del Hijo del hombre.
No se trata de ponerse bajo la parrilla de una víctima sacrificada, para que su sangre caiga sobre mi cabeza y bañe mi cuerpo; se trata de que la sangre del Hijo del hombre, la misma sangre del Hijo de Dios, derramada en la cruz, yo la alce en una copa, la copa de la salvación, y la beba entera hasta agotarla.
Ya no se trata de aquello que dice el Apóstol: “No os embriaguéis con vino (Pro 23,31), que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu” (Ef 3,18). Se trata de embriagarse con la sangre de Cristo: Sangre de Cristo, embriágame.
6. El que lee críticamente la Biblia, a lo mejor puede pensar que este lenguaje y esta formulación proceden de experiencias cultuales ya avanzadas de determinados cenáculos de vida cristiana, de los cuales son testigos las comunidades de Juan.
Pero ocurre que, saliendo del Evangelio místico de Juan, el Discípulo amado, el comer la carne de Jesús y beber la sangre de Jesús, la comunidad cristiana lo guarda como herencia de lo que realmente Jesús dijo al celebrar la última Cena pascual.
Jesús habla de comer y habla de beber, y al nombrar el pan y al nombrar el vino, Jesús habla de cuerpo y de sangre: eso es lo que hay que comer y beber. El relato transmitido por san Mateo nos dice así:
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo… Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28).
Las palabras de la cena, que están ajustada a las primeras celebraciones eucarísticas de las comunidades, nos dicen claramente que el rito del pan y del vino definitivamente ya no es el rito de la Pascua de los judíos, sino que es mística y realmente
- la comida de la carne del Señor,
- y la bebida de la misma sangre del Señor.
Es lo más sublime y divino que se ha dado a un ser humano en esta tierra.
3. En la órbita de mi intimidad y espiritualidad
7. Si yo digo “Sangre de Cristo, embriágame” quizás, llevado de la emoción, estoy expresando un deseo desmedido. A lo mejor, debajo de estas palabras arrebatadas y explosivas, estoy manifestando un anhelo muy sincero de mi corazón que lo percibo en dimensiones más realistas. Yo deseo en verdad
- que Jesús sea el todo de mi vida,
- que su santa humanidad penetre toda mi humanidad,
- que su vida, en fin, sea vida mía en tiempo y eternidad.
Esta confesión de fe está muy bien expresada en las aspiraciones que dirigimos al alma y al cuerpo de Jesús y al agua de su divino costado.
Para hablar de la sangre de Cristo, que quisiéramos que fuera sangre nuestra y verdadero manantial de vida, el recuerdo de san Pablo, cuando les habla de los sacrificios paganos a la comunidad de Corinto, nos da unas claves preciosas de espiritualidad.
“El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?” (1Co 10,16).
He aquí la guía de una auténtica espiritualidad de la sangre de Cristo.
Beber el cáliz es comulgar la sangre de Cristo. San Pablo saca una consecuencia inmediata: Si todos comemos de lo mismo, si todos nos abrevamos de lo mismo, nos convertimos todos en uno. “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues comemos todos del mismo pan” (v. 17).
La unidad de la Iglesia – y de la pequeña comunidad donde vivimos, que es imagen de la Iglesia – se hace eminentemente del único pan que todos comemos, del único cáliz-sangre que todos compartimos.
8. El Beato Juan XXIII, en la carta citada, nos invitaba a "devotas meditaciones" sacando nuestros pensamientos de las santas Escrituras, especialmente de los Evangelios.
"Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado) (Himno Adoro te devote), como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI (Bula Unigenitus Dei Filius, 25 de enero de 1343). Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto (Lc 22,43), en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en unión con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las palabras que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et nomem Domini invocabo... Sanguis Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea. De tal manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán con más abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna, que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" (Hb 9,14) mereció para el mundo entero.
Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios, sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que despiden llamas, terribles para el demonio, considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros... Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras" (In Ioannem, Homil. XLVI).
9. Hay una línea de espiritualidad para acceder a los misterios. Es la de la intimidad personal. ¿Qué pasa entre Cristo y yo, cuando yo he sido amorosamente atraído para hacer unidad con él?
¿Podemos pedirle tanto como “Sangre de Cristo, embriágame”?
Sí.
Podemos decirle, suplicantes, sin presunción, temblorosos: Yo sé, Jesús, que tu sangre es tu vida, tu lucha, tu historia. Y sé que, al comulgar, recibo todo eso. Lo que haya de ser mi vida futura está dentro de tu sangre que recibo. Tu sangre es mi destino. Pero de tu sangre vino tu resurrección: al comulgarte tal como eres, comulgo tu resurrección; comulgo tu vida, comulgo la resurrección de la carne.
Tú dijiste: Padre, aparta de mí este cáliz.
Pero también dijiste: “El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?” (Jn 18,11).
Ahora, Jesús, el cáliz para mí es tu cáliz. Pensándolo así, te puedo de puedo decir: Sangre de Cristo, embriágame. Amén.
ORACIÓN
A LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO
EN LA SANTA EUCARISTÍA
(Esta oración, rimada en sencilla poesía puede ser orada de modo individual, meditando el contenido espiritual de los versos; o puede rezarse comunitariamente a dos coros, alternando las estrofas impares y las pares. En una oración comunitaria se puede ir leyendo a dos coros las estrofas, o – mejor – se puede cantarlas con un semitonado, con ritmo contemplativo, compuesta para mi Parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo).
(Coro primero)
1. Preciosa Sangre de Cristo,
por nosotros derramada,
de cinco heridas manantes
eres Amor que nos salva.
(Coro segundo)
2. Sangre de Dios humanado,
sangre mía, de mis llagas,
toda mi vida y pasión
la veo ahí reflejada.
(Coro primero)
3. Conmigo te hiciste uno,
amándome hasta la entraña:
nada que humano se diga
fue ajeno a tu vida humana.
(Coro segundo)
4. Y todo ofreciste al Padre:
mis alegrías y lágrimas;
mi vida y muerte son tuyas,
mía será tu morada.
(Coro primero)
5. Hoy vives resucitado
y sobre el mundo te alzas;
eres perdón de los hombres
y tu gracia nos regalas.
(Coro segundo)
6. Sangre preciosa, purísima,
de María inmaculada,
eres la paz, la belleza
que adorna a tu Iglesia santa.
(Coro primero)
7. Cuando miro al Crucifijo,
te veo, Sangre adorada,
de manos, pies y costado,
Sangre que riega y que salva.
(Coro segundo)
8. A esa llaga del Costado
me acerco para besarla,
y me siento refugiado,
libre de toda acechanza.
(Coro primero)
9. Corazón que un día abrió
el soldado con la lanza,
y de esa fuente brotan
ríos de sangre y de agua.
(Coro segundo)
10. Era el signo del Espíritu
que Dios Padre nos mostraba,
y en los siete Sacramentos
a la Iglesia confiaba.
(Coro primero)
11. Sangre divina de Cristo,
al Padre sean las gracias;
te adoro en la Eucaristía
que entera traspasa el alma.
(Coro segundo)
12. Preciosa Sangre de Cristo,
en mi iglesia venerada,
tú serás mi eterna gloria,
Sangre de Dios sacrosanta. Amén.
Sangre de Cristo, embriágame
Embriágame de dulzura,
Sangre de Cristo preciosa,
y que el alma silenciosa
sienta el amor que le cura.
Embriágame de pasión,
sangre por mí derramada,
para que en mí no haya nada
extraño a su corazón.
Embriágame de pureza,
sangre de Dios virginal,
para que el hombre animal
no profane mi grandeza.
Embriágame de bondad,
sangre santa del Calvario,
para que no haya adversario
que ofenda tu santidad.
Embriágame hasta perder
el raciocinio y sentido,
que, al verme de Dios transido,
Dios será mi amanecer. (Julio 2009).
Desde México-Tlalpan, 10 julio 2012
(en la memoria santa Verónica Giuliani)