DÍA DECIMOCUARTO
La Sangre Preciosísima de Jesucristo nos obtiene una sentencia favorable en el juicio particularSanta María Magdalena de Pazzis me instruye de ello; me cubriré con vuestra Sangre y vendré a suplicaros que no miréis mis faltas sino los méritos de esa Sangre Sagrada. Ella es la que borrará mis pecados, la que pedirá misericordia por mí, pecador.VV¡Oh! ¡Qué dichosa es el alma que, teñida con esta Sangre, comparezca delante de su Juez! De ella se dirá: « ¿Quién es éste que viene de Edom revestido de la púrpura de Bosrá?» Ella no temerá a sus enemigos, se presentará llena de confianza delante del divino Juez; verá sus faltas borradas por esa Sangre, presentará los méritos de esa Sangre al pie del trono de Dios, y en virtud de sus méritos recibirá la sentencia de vida eterna.
Más ¡desdichada el alma que no conoce el precio de esta Sangre, y no la honra! Oh Dios mío, ¿qué sentencia podrá esperar sino una sentencia de eterna condenación?
II. ¡Verdad terrible, pero indudable! Esta voz tan sonora como el eco de la trompeta, esta voz de la Sangre del Redentor que te convida ahora a penitencia, si la desprecias y si le cierras tus oídos, será para ti algún día, óyelo, será para ti como el eco de la trompeta fatal, señal del más riguroso juicio
¿No ves, pues, oh alma rebelde y obstinada en el pecado, que la Sangre divina te amenaza con un fuego eterno? ¡Ah! purifícate con esa Sangre en tanto que el Señor te da tiempo para convertirte; o de lo contrario, deberás arder en un fuego eterno.
El agua y el fuego son los dos elementos que purifican. El que rehúsa purificarse al presente con las lágrimas de la penitencia, ese baño saludable que, unido a la Sangre Preciosísima de Jesucristo, lava todas las manchas del pecado, caerá en un fuego devorador. Este fuego jamás podrá purificarle, pero le atormentará por toda una eternidad con llamas abrasadoras encendidas en la Sangre divina que tan insensatamente despreciamos.
Ahora Cristo, es un agua benéfica, dice, Guarrigue; pero entonces será un fuego que consume; era una fuente abierta para lavar los pecados; mas entonces será una llama cruel, un fuego que devora hasta la medula del alma. Aquí el baño de sangre, allí el horno de fuego, ¿qué elijes tú?
¡Ah!, digamos más bien con el mismo Guarrigue: «Vale más, hermanos míos, es más dulce ser purificado por una fuente, que por el fuego.» Purifíquese el alma en esta fuente de misericordia y de gracia para no arder en un infierno de fuego eterno, que se sumerja en este mar de la Sangre Preciosísima de Jesús con el más sincero afecto del corazón para evitar la sentencia terrible de eterna maldición.
COLOQUIO
Oh Juez justísimo, Jesús amado; Vos no queréis la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y con este objeto nos invitáis, con tanta misericordia a la penitencia, nos ofrecéis vuestra Sangre Purísima para lavar las manchas de nuestro corazón y os contentáis, con algunas lágrimas de un corazón contrito y humillado que se una esa Sangre de salvación.¡Ah! ¿Cuál sería, pues, nuestra dureza si nos resistiésemos todavía a vuestra gracia y cerrásemos los oídos a vuestra voz? Semejante dureza, ¿no merecería con justo título la eterna condenación? Concededme, pues, antes de enviarme la muerte, la gracia de aprovecharme de vuestras piedades, arrojándome en la fuente de misericordia, y purificarme así de todas mis faltas.
Haced que en esa Sangre halle mi consuelo en la vida y en la muerte; haced que por sus méritos alcance en vuestro divino tribunal una sentencia favorable, y que esa Sangre no se convierta para mí como para los judíos en una maldición eterna.
EJEMPLO
Refiérase en la vida de San Francisco de Borja que, asistiendo a un enfermo que tocaba el término de su vida y rehusaba obstinadamente el confesarse, el Santo tomó un crucifijo y se postró en tierra, junto a la cama del enfermo. Con palabras de fuego y en nombre de la Sangre omnipotente de Dios, en nombre del inmenso amor que el Redentor nos ha manifestado en la cruz, exhortó a reconciliarse con Dios y a recibir los santos Sacramentos.Pero, como el enfermo seguía endurecido en la impiedad, vio una porción de Sangre fresca salir de las llagas de la imagen. El Señor quería por este milagro convidarle a penitencia y ofrecerle con una benevolencia inaudita su Sangre para remedio de su obstinación; mas el miserable rehusaba escuchar las palabras del Santo y la invitación del mismo Dios.
Vióse entonces la imagen desclavar de la cruz una de sus manos, y llenándola de sangre, arrojarla al rostro del pecador obstinado. Poco tiempo después murió condenada; y aquella, Sangre, salida milagrosamente del crucifijo, no sirvió, en castigo de criminal obstinación del enfermo, sino para atizar contra él las llamas devoradoras del fuego infernal. (Eusebio Merimber. Hist. S. Franc. Borgiae).