Más ¡ay! que en esta oración se turbó, se entristeció y sufrió la agonía de la muerte: cœpit pavere, et tædere; cœpit contristari et mæstus esse. Dos verdugos se encarnizaron contra Él y desgarraron su tierno corazón; de una parte la vista de los pecados del mundo, y de otra los tormentos que le preparaba la pérfida Sinagoga.
¡Ay! ¡Qué tempestad de tristezas y de dolores se levanta en su corazón afligido! Entonces fue cuando la Sangre de Jesús, no hallando ya su curso acostumbrado, brotó de su frente, y corrió por su rostro y por sus vestidos, y por último regó la tierra. Jesús cayó entonces como herido de muerte, y bañado en su propia Sangre.
Aquí, oh alma mía, ¿cómo puedes sufrir la vista de Jesús en tan penoso estado? Y ¿quiénes son los que os han reducido a él, oh Jesús mío, y han hecho salir de vuestro cuerpo toda esa Sangre? Me parece estar oyendo la respuesta que dio a Santa Catalina de Sena: «el odio y el amor: el odio al pecado, el amor a los hombres.» ¡Oh! ¿Cómo mi corazón no se derrite de dolor y de amor?
II. Sintiendo Jesús la flaqueza de su humanidad, se volvió hacia su Eterno Padre y le dirigió esta oración: «Padre mío, si es posible alejad de mí este cáliz.»
Más viendo que la voluntad de su Padre era que sufriese la muerte; viendo que la divina justicia quería satisfacción por los pecados de los hombres, añadió al punto: Verumtamen non sicut ego volo, sed sicut tu; “pero hágase tu voluntad y no la mía;” hágase la Voluntad divina y no la voluntad humana; e intrépido y con paso firme, salió al encuentro del juez y de los soldados que venían a prenderle.
¡Oh! ¡Qué grande instrucción nos da Jesús bañado en su Sangre en el Huerto! ¡Qué perfecta lección de resignación a la voluntad divina en todas nuestras adversidades! “Hágase vuestra voluntad,” decía en medio de sus dolores
Y ¿son estas nuestras palabras, son estos nuestros sentimientos en nuestras angustias y aflicciones? ¿Nos resignamos enteramente a esta voluntad divina, que no busca más que nuestra santificación, o antes bien, en nuestra obstinación y dureza? ¿no tratamos de satisfacer nuestra voluntad más bien que la de Dios?
Si las cosas suceden según nuestros deseos y el amor desarreglado de nosotros mismos que nos predomina, nos es fácil repetir: «Hágase vuestra voluntad;» pero si están en oposición a nuestros deseos, entonces al momento nos resentimos de ello, y si entonces nuestros labios repiten dichas palabras, nuestras acciones las contradicen.
COLOQUIO
¡Ah Jesús mío, cubierto de Sangre en el huerto de vuestras aflicciones! ¡Cuánto me instruís hoy y me confundís al mismo tiempo!
Si las cosas suceden según nuestros deseos y el amor desarreglado de nosotros mismos que nos predomina, nos es fácil repetir: «Hágase vuestra voluntad;» pero si están en oposición a nuestros deseos, entonces al momento nos resentimos de ello, y si entonces nuestros labios repiten dichas palabras, nuestras acciones las contradicen.
COLOQUIO
¡Ah Jesús mío, cubierto de Sangre en el huerto de vuestras aflicciones! ¡Cuánto me instruís hoy y me confundís al mismo tiempo!
Vos en medio de tantas penas estáis dispuesto a hacer la voluntad divina hasta sufrir la muerte, y yo al más ligero contratiempo, abandono esta perfecta resignación que por todos títulos debo a vuestra amabilísima voluntad; vos me empeñáis a someter mi voluntad a vuestro Eterno Padre, enseñándome en la oración dominical a repetir de corazón «Hágase vuestra voluntad;» y yo ¡cuántas veces me he rebelado contra esta voluntad abandonándome a las pérfidas instigaciones de mi amor propio!
Hoy, pues, que reconozco mi error, quiero ponerle remedio. Y esta Preciosísima Sangre derramada por vosotros será la que me valga para obtener esta perfecta resignación. Sí, por esta Sangre de misericordia espero y confío que me daréis vuestra gracia, la fortaleza de repetir en todas las desgracias y en todos los padecimientos, en las enfermedades y tribulaciones: «Hágase, hágase vuestra voluntad.»
EJEMPLO
San Carlos Borromeo era sumamente devoto de la Sangre adorable de Jesucristo y antes de morir quiso ir al monte de Váralo para meditar en las piadosas capillas de este santuario la efusión de esta Sangre preciosa. Llegado, pues, cerca del último término de su vida, hizo colocar cerca de su cama una imagen de Jesús agonizando y orando en el Huerto con el fin de endulzar el paso a la eternidad y dijo al P. Francisco Panigarola, que fue a visitarle, estas palabras: «Recibo un gran alivio y consuelo en mis enfermedades por la contemplación de los misterios de la Pasión de Nuestro Señor y particularmente en la de su Agonía en el Huerto y de su Sepultura, principio y fin de su Pasión.»
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.
Hoy, pues, que reconozco mi error, quiero ponerle remedio. Y esta Preciosísima Sangre derramada por vosotros será la que me valga para obtener esta perfecta resignación. Sí, por esta Sangre de misericordia espero y confío que me daréis vuestra gracia, la fortaleza de repetir en todas las desgracias y en todos los padecimientos, en las enfermedades y tribulaciones: «Hágase, hágase vuestra voluntad.»
EJEMPLO
San Carlos Borromeo era sumamente devoto de la Sangre adorable de Jesucristo y antes de morir quiso ir al monte de Váralo para meditar en las piadosas capillas de este santuario la efusión de esta Sangre preciosa. Llegado, pues, cerca del último término de su vida, hizo colocar cerca de su cama una imagen de Jesús agonizando y orando en el Huerto con el fin de endulzar el paso a la eternidad y dijo al P. Francisco Panigarola, que fue a visitarle, estas palabras: «Recibo un gran alivio y consuelo en mis enfermedades por la contemplación de los misterios de la Pasión de Nuestro Señor y particularmente en la de su Agonía en el Huerto y de su Sepultura, principio y fin de su Pasión.»
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.