I. Entre los numerosos tormentos que Nuestro Señor sufrió en su Pasión, uno de los más crueles fue seguramente la flagelación que sufrió en el pretorio de Pilatos. Fue despojado de sus vestidos y atado desnudo a una dura columna: se aprestan los cordeles, los azotes de hierro y los manojos de espinas, y con estos crueles instrumentos desgarran el cuerpo del Redentor. Brota la sangre y ninguna parte de Él deja de estar ensangrentada, todo su cuerpo es una llaga.
La profecía de Isaías se realiza; no hay en Él ni hermosura ni esplendor, esta despreciado, es el último de los hombres y el varón de dolores. Su cara esta como cubierta de un velo, no puede reconocérsele y parece un leproso castigado por Dios y humillado.
Penetrados de compasión por el modo tan lastimoso en que representáis al varón de dolores, ¿quién de nosotros, oh Jesús mío, no debería aplicar a sí mismo las palabras del Profeta: “ha sido cubierto de llagas a causa de mis iniquidades y castigado por mis crímenes:” vulneratus est propter iniquitates nostras, attritus est propter scelera nostra; “lleva el castigo de mis faltas; por sus heridas y golpes he sido sanado; por esa Sagrada Sangre que ha derramado he hecho la paz con Dios:” disciplina pacis nostrae super eum, livore ejus sanati sumus. Jesus est pax mostra pacificans per sanguinem crucis. ¡Oh dureza de corazón, cuán detestable eres!
II. Más ¿cuál fue la falta que castigó más cruelmente a Jesús en la bárbara flagelación que sufrió y le hizo verter tanta sangre? ¡Ah! me parece estar oyendo al Padre Eterno: propter scelus populi mei percussi eum: “Por un crimen, que reina aún en medio de mi pueblo, he permitido que fuese de esta manera azotado mi divino Hijo.” ¿Y cuál es ese crimen? ¡Ah! demasiado sabido es; ese crimen es el vicio abominable de la impureza: «Dios, enviando a su Hijo revestido de la carne que le daba la semejanza del pecado, castigó en su carne las manchas de esta carne de pecado.» Cuando la carne había corrompido todos sus caminos, quiso Dios purificar de tantas manchas al mundo con un diluvio de agua; pues del mismo modo una lluvia abundante de la Sangre de Jesucristo, su Hijo muy amado, tan cruelmente azotado y atormentado, nos muestra, al mismo tiempo que la enormidad del pecado, el remedio pronto y soberanamente eficaz.
Almas impuras, mirad cuánto han costado a Jesús vuestras delicias sensuales; mirad esas carnes inocentes y ese cuerpo virginal hecho una sola llaga: Atritus est propter scelera nostra. Tanta Sangre ¿no es bastante para haceros entrar dentro de vosotros mismos y atraeros al arrepentimiento?
II. Más ¿cuál fue la falta que castigó más cruelmente a Jesús en la bárbara flagelación que sufrió y le hizo verter tanta sangre? ¡Ah! me parece estar oyendo al Padre Eterno: propter scelus populi mei percussi eum: “Por un crimen, que reina aún en medio de mi pueblo, he permitido que fuese de esta manera azotado mi divino Hijo.” ¿Y cuál es ese crimen? ¡Ah! demasiado sabido es; ese crimen es el vicio abominable de la impureza: «Dios, enviando a su Hijo revestido de la carne que le daba la semejanza del pecado, castigó en su carne las manchas de esta carne de pecado.» Cuando la carne había corrompido todos sus caminos, quiso Dios purificar de tantas manchas al mundo con un diluvio de agua; pues del mismo modo una lluvia abundante de la Sangre de Jesucristo, su Hijo muy amado, tan cruelmente azotado y atormentado, nos muestra, al mismo tiempo que la enormidad del pecado, el remedio pronto y soberanamente eficaz.
Almas impuras, mirad cuánto han costado a Jesús vuestras delicias sensuales; mirad esas carnes inocentes y ese cuerpo virginal hecho una sola llaga: Atritus est propter scelera nostra. Tanta Sangre ¿no es bastante para haceros entrar dentro de vosotros mismos y atraeros al arrepentimiento?
Almas penitentes, que en algún tiempo caísteis en semejantes abominaciones, pero que en seguida os arrepentisteis, mirad cuánta Sangre ha costado a Jesús vuestro error y vuestro pecado; tened siempre presente en vuestro corazón esta vista para impediros el que le flageléis de nuevo.
Almas castas, almas puras, ved cuánta Sangre ha derramado Jesucristo para mereceros la gracia de que conservéis vuestra pureza. Esa Sangre, sacada por los pecadores de las venas de Jesús en medio de su cruel Pasión, prepara el remedio saludable para curar las heridas que semejantes golpes han ocasionado al alma: basta aplicarla en la mortificación, en la guarda de los sentidos y mucho más en la confesión sacramental, y entonces será para nosotros vuestra salvación, oh pecadores; pero si la despreciáis, esta Sangre será vuestra condenación y vuestra eterna ruina: Si secundum carnen vixeritis, moriemini.
COLOQUIO
¡Oh Jesús mío azotado! ¡qué reconvención es para mí esa Sangre inocente que derramáis! puesto que Ella me recuerda todos mis crímenes, y me reconozco culpable de haberme unido tantas veces a vuestros perseguidores y de haberos azotado con tantas varas como pecados graves he cometido.
COLOQUIO
¡Oh Jesús mío azotado! ¡qué reconvención es para mí esa Sangre inocente que derramáis! puesto que Ella me recuerda todos mis crímenes, y me reconozco culpable de haberme unido tantas veces a vuestros perseguidores y de haberos azotado con tantas varas como pecados graves he cometido.
Y sin embargo, la voz de esa Sangre no grita venganza, sino misericordia; esa Sangre es el bálsamo saludable que quiero aplicar a mis profundas heridas; quiero en esa Sangre sumergirme y purificar esta pobre alma, manchada e impura; una sola gota es bastante para purificarme; por los méritos de esa Sangre inocentísima dadme el dolor de mis culpas, excitad en mí horror y odio al pecado, y haced que esa Sangre preserve mi corazón de toda mancha y de toda impureza a fin de ser admitido a la dicha de veros en el Cielo, en donde no entrarán las almas impuras, sino las almas castas.
EJEMPLO
Santa Teresa, devotísima de la Sangre Preciosísima de Jesucristo, se sintió toda conmovida a la vista de una imagen de Cristo azotado, cuya Sangre parecía brotar a los golpes; para enseñar el modo de orar deseaba que se pensase en los azotes que sufrió Jesucristo: «Pensemos, decía, en la Pasión de Jesucristo Señor Nuestro cuando estaba atado a la columna; pese nuestra inteligencia todas sus circunstancias, y juzgue de la grandeza de su dolor y de sus penas cuando se encontraba así solo y abandonado de sus amigos.» La devoción y afecto que profesaba a Jesús azotado la mereció escuchar un día de boca del mismo Jesús estas palabras: «Aunque tú nada tengas que darme, yo te doy toda mi Sangre a fin de que sea ofrecida por ti al Padre Eterno, segura de obtener por semejante medio todos los favores, aun los más señalados.»
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.
EJEMPLO
Santa Teresa, devotísima de la Sangre Preciosísima de Jesucristo, se sintió toda conmovida a la vista de una imagen de Cristo azotado, cuya Sangre parecía brotar a los golpes; para enseñar el modo de orar deseaba que se pensase en los azotes que sufrió Jesucristo: «Pensemos, decía, en la Pasión de Jesucristo Señor Nuestro cuando estaba atado a la columna; pese nuestra inteligencia todas sus circunstancias, y juzgue de la grandeza de su dolor y de sus penas cuando se encontraba así solo y abandonado de sus amigos.» La devoción y afecto que profesaba a Jesús azotado la mereció escuchar un día de boca del mismo Jesús estas palabras: «Aunque tú nada tengas que darme, yo te doy toda mi Sangre a fin de que sea ofrecida por ti al Padre Eterno, segura de obtener por semejante medio todos los favores, aun los más señalados.»
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.