MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE – DÍA 7


DÍA SÉPTIMO
El deseo ardiente que tiene Jesucristo de que todas las almas participen de su Sangre Preciosísima


I ¡Cuán grande era el deseo que Jesucristo tuvo, durante toda su vida mortal, de derramar su Sangre por la redención del mundo! Y el deseo de que todos nos aprovechemos de Ella es tanto más ardiente cuanto que no todos participan de Ella.

Por ésto, pues, convidándonos a esta fuente de misericordia, nos dice: «Bebed de ésto todos, Bibite ex hoc omnes; Y abriendo en sus santas llagas cuatro fuentes, como dice San Bernardo, fuente de misericordia, fuente de paz, fuente de devoción, fuente de amor, convida a todas las almas a que vengan a saciarse en ellas: Si quis sitit, veniat ad me.

Y en efecto, ¿Por qué ha instituido los Sacramentos que son como los canales por los cuales se comunican los méritos de esta Sangre Preciosísima? ¿Por qué se ofrece perpetuamente a su Padre Eterno en el Cielo, y quiere cada día ser ofrecido por sus ministros sobre los santos Altares? ¿Por qué en nuestros días ha despertado de una manera tan particular en el corazón de todos los fieles semejante devoción? ¿No se reconoce en ésto el deseo ardiente de su Corazón, de que hacernos ir a todos por los méritos de esa Sangre, de las fuentes sagradas de sus llagas a las aguas de sus gracias?

¡Oh y qué monstruosa ingratitud es el no aprovecharnos, por nuestra negligencia, de un medio de salvación tan eficaz!

II. ¿Quién puede expresar todos los designios admirables que ha tenido el Corazón de Jesús en la efusión de esta Sangre de amor? Por Ella quiso aplacar su divina justicia, reconciliarnos con su Eterno Padre, purificar nuestras almas de toda iniquidad, merecernos los socorros eficaces de su gracia, abrirnos las puertas del reino feliz de su gloria.

¿Quién puede dudar de que se abrase en un deseo ardiente de que todos se aprovechen de Ella y correspondan a su caridad inagotable? Hasta parece quejarse de las almas que no saben apreciarla: Terra, terra, ne operias sanguinem meum, Hombre compuesto de barro, piensa en la Sangre que ha sido derramada por ti, no la desprecies, no la pises, no hagas de manera que sea inútilmente derramada por ti.

 Piensa que el que está cubierto de esta Sangre y te la ofrece, tiene por nombre Verbo de Dios, que es aquel Verbo hecho hombre que murió por ti y que un día ha de juzgarte. Advierte que esta Sangre es una prenda de su amor, pero que, si de ella abusas, será tu condenación. Advierte que, si ahora no testificas tu devoción y tu gratitud para con esa Sangre Preciosísima, no podrás tener cabida entre los bienaventurados, ni bendecir con ellos durante toda la eternidad al Cordero inmaculado que los ha redimido y salvado.

¡Oh alma mía! ¿Cuáles son tus sentimientos? ¿Cuáles tus resoluciones?

COLOQUIO
¡Ah! Jesús mío, que tanto nos amáis; si el pecado vive todavía en nosotros, si somos tibios y negligentes en vuestro servicio, y si nos es dificultoso andar por el sendero de la virtud, toda la falta es nuestra; es porque no venimos al pie de vuestra Cruz para empaparnos en vuestra Preciosísima Sangre; es porque no la aplicamos a nuestras almas; es porque no sabemos valernos de este tesoro inestimable que nos ofrecéis con tanto amor.

Somos miserables en medio de las riquezas; somos pobres en medio de los tesoros de vuestra gracia.

¿Qué más habéis podido hacer por nosotros? Y a pesar de esto, somos ingratos, nada queremos hacer por nosotros y por nuestra salvación. Razón tenéis en decir: ¿Qué más pude hacer por mi viña? Y nosotros, para nuestra confusión podríamos decir: ¿Qué menos podemos hacer por vos?

Vos habéis derramado toda vuestra Sangre, y cada día nos convidáis a que participemos de Ella. Por salvarnos habéis muerto en una Cruz entre agonías y dolores, y nosotros estamos tan obstinados, tan insensibles a vuestras invitaciones, a vuestra Sangre y a vuestra muerte.

Mas no será así en adelante, en cuanto está de nuestra parte, proponemos manifestaros, desde ahora, el más sincero agradecimiento, la más fiel correspondencia, y profesar una afectuosa y constante devoción a vuestra Sangre Santísima; Ella será siempre el objeto de nuestro amor, y de palabra y por obra la haremos adorar de todos.

EJEMPLO
Deteneos hoy algunos instantes delante de una imagen de Jesús crucificado, y con una atención particular, escuchad la voz de su Sangre destilada por cada una de sus llagas; ¿qué os dirá? Os dirá lo que Jesús un día a santa Lutgarda: “Mira, mi amada Lutgarda, cómo mis llagas claman a ti, para que mi Sangre no sea derramada en vano.”

¡Ah! lo que estas llagas gritan por la voz de esa Sangre es que tanta Sangre ha sido vertida en vano y sin fruto para el bien de las almas; lo que claman es que las perlas preciosas de la divinidad han sido arrojadas a animales inmundos, bastante atrevidos para hollar la Sangre del divino Verbo hecho hombre; lo que claman es que ninguno ama al Salvador que cada uno de vosotros tiene impreso sobre su corazón con caracteres de Sangre. Despertad, pues, a esta voz; aplicadles esa Sangre sobre vuestro corazón, y sed agradecidos al que la ha derramado.

JACULATORIA
Eterno Padre, os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de la Iglesia.

INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.