La Preciosisima Sangre de Cristo




«Mi Carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la sangre y a su valor salvífico se han realizado de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su Pascua de Muerte y Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de Cristo ocupa un puesto central en la fe y en la salvación. Con el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo se relacionan o remiten al mismo:

-El acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de incorporación del recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza, mediante su Circuncisión (cfr. Lc 2,21);

-La figura bíblica del Cordero, con una multitud de aspectos e implicaciones: "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36); en la que confluye la imagen del "Siervo sufriente" de Isaías 53, que carga sobre Sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr. Is 53,4-5); "Cordero pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención de Israel (cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);

-El "Cáliz de la Pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su inminente muerte redentora, cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que Yo voy a beber?" (Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el Cáliz de la Agonía del huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43), acompañado del sudor de Sangre (cfr. Lc 22,44);

-El Cáliz Eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por la remisión de los pecados, y es memorial de la Pascua del Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de salvación, conforme a las palabras del Maestro: "el que come Mi Carne y bebe Mi Sangre tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54);

-El acontecimiento de la muerte, porque mediante la Sangre derramada en la Cruz, Cristo puso paz entre el Cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);

-El golpe de la lanza que atravesó el Cuerpo de Cristo, de cuyo Costado abierto brotaron Sangre y Agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la Redención realizada, signo de la vida sacramental de la Iglesia –Agua y Sangre, Bautismo y Eucaristía-, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo dormido en la Cruz.

Con el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo se relacionan, de modo particular, los títulos de Redentor, porque Cristo con su Sangre inocente y preciosa nos ha rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y nos "limpia de todo pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes futuros", porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia Sangre entró una vez para siempre en el santuario, obteniéndonos la redención eterna" (Heb 9,11-12); de Testigo fiel (cfr. Ap 1,5) que hace justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap 6,10), que "fueron inmolados por la Palabra de Dios y por el testimonio que dieron de la misma" (Ap 6,9); de Rey, el cual, Dios, "reina desde el madero", adornado con la púrpura de su propia Sangre; de Esposo y Cordero de Dios, en cuya Sangre han lavado sus vestiduras los miembros de la comunidad eclesial –la Esposa–(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).

La extraordinaria importancia de la Sangre de Cristo ha hecho que su memoria tenga un lugar central y esencial en la celebración del misterio del culto: ante todo en el centro mismo de la Asamblea Eucarística, en la que la Iglesia eleva a Dios Padre, en acción de gracias, el "cáliz de la bendición" (1 Cor 10,16) y lo ofrece a los fieles como Sacramento de verdadera y real "comunión con la Sangre de Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el curso del Año Litúrgico. 

La Iglesia conmemora el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo, no sólo en la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Señor, sino también en otras muchas celebraciones, de manera que la memoria cultual de la Sangre que nos ha rescatado (cfr. 1 Pe 1,18) está presente durante todo el Año. En el Triduo Pascual, el valor y la eficacia redentora de la Sangre de Cristo son objeto de memoria y adoración constante. En el Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, y en el día de Pascua. La fiesta de la Preciosísima Sangre de Cristo se celebra el 1 de Julio.

La veneración de la Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en la que tiene un amplio espacio y numerosas expresiones. Entre éstas hay que recordar:

-La Corona de la Preciosísima Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y oraciones son objeto de meditación piadosa "Siete efusiones de Sangre" de Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los Evangelios: la Sangre derramada en la Circuncisión, en el Huerto de los Olivos, en la Flagelación, en la Coronación de espinas, en la subida al Monte Calvario, en la Crucifixión, en el golpe de la lanza;

-Las Letanías de la Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado por el Papa Juan XXIII el 24 de Febrero de 1960, se despliega desde un argumento en el que la línea histórico-salvífica es claramente visible y las referencias a pasajes bíblicos son numerosas;

-La Hora de adoración a la Preciosísima Sangre de Cristo, que adquiere una gran variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la adoración de la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el agradecimiento por los dones de la Redención, la intercesión para alcanzar misericordia y perdón, la ofrenda de la Sangre Preciosa por el bien de la Iglesia;

-El Vía Sanguinis: un ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos y culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy está particularmente extendido entre las comunidades cristianas. En el Vía Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a otro como en el Vía Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor Jesús derramó su Sangre por nuestra salvación.


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"...La Sangre de Cristo nos ha redimido. Esta es la verdad que proclamamos precisamente ayer, al inicio del mes de julio, dedicado tradicionalmente a la Preciosísima Sangre de Cristo.
¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en el mundo! ¡Cuánta violencia, cuánto desprecio por la vida humana!

Esta humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita experimentar, hoy más que nunca, la eficacia de la Sangre Redentora de Cristo. La Sangre que no fue derramada en vano, sino que contiene en Sí toda la fuerza del Amor de Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de reconciliación. Pero, para sacar de esta fuente, es necesario volver a la Cruz de Cristo, fijar la mirada en el Hijo de Dios, en su Corazón traspasado, en su Sangre derramada..." (Juan Pablo II. Ángelus. Domingo 2 de julio de 2000)
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"Empieza hoy el mes de julio, que la tradición popular dedica a la contemplación de la Preciosísima Sangre de Cristo, misterio insondable de Amor y Misericordia. En la liturgia de hoy, el apóstol San Pablo afirma en la Carta a los Gálatas que "para ser libres nos libertó Cristo" (Ga 5, 1) Esta libertad tiene un precio muy alto: la Vida, la Sangre del Redentor. ¡Sí! La Sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. La Sangre de Cristo es la prueba irrefutable del Amor del Padre Celestial a todo hombre, sin excluir a nadie.

Todo esto lo subrayó muy bien el beato Juan XXIII, devoto de la Sangre del Señor desde su infancia, cuando en su hogar oía rezar sus letanías especiales. Elegido Papa, escribió una Carta Apostólica para promover su culto (Inde a primis, 30 de junio de 1960), invitando a los fieles a meditar en el valor infinito de esa Sangre, de la que "una sola gota puede salvar a todo el mundo de cualquier culpa" (Himno Adoro Te Devote).. (Juan Pablo II. Ángelus. Domingo 1 de julio de 2001)


ADORO TE DEVOTE


Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.

 A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti,
 que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.
Santo Tomás de Aquino


Himno Pange Lingua



Canta, oh lengua, del glorioso,
Cuerpo de Cristo el misterio,
Y de la Sangre preciosa
Que, en precio del mundo
Vertió el Rey de las naciones
Fruto del más noble seno.

Veneremos, pues postrados
Tan augusto sacramento;

Y el oscuro rito antiguo
Ceda a la luz de este nuevo;
Supliendo la fe sencilla
Al débil sentido nuestro.

Al Padre, al Hijo,
Salud, honor y poder,
Bendición y gozo eterno:
Y al que procede de ambos
Demos igual alabanza.
Amén.
Santo Tomás de Aquino


Oración para luego de la comunión
Gracias te doy, Señor Dios Padre Todo Poderoso, por todos los beneficios y señaladamente porque has querido admitirme a la participación del Sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu unigénito Hijo.

Te suplico, Padre clementísimo, que esta sagrada comunión no sea para mi alma lazo ni ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón, sea armadura de mi Fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad y de todas las virtudes, sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo sólo, mi verdadero Dios y Señor, y sello feliz de mi dichosa muerte y te ruego que tengas por bien llevarme a mí pecador a aquel convite inefable, donde tú con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, y satisfacción cumplida y gozo perdurable, dicha completa y felicidad perfecta.

Por Cristo nuestro Señor. Amén


Jesús, Rey mío, tus enemigos continúan sus insultos; la sangre que chorrea de tu santísima cabeza es tanta que llegando hasta tu boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por tanto me veo impedida a hacer lo que haces Tú... Por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas mismas espinas para sentir sus punzadas...Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama y me dice:

Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituído Rey de cada corazón.

A Mí me corresponde todo dominio. Tú toma estas espinas y punza tu corazón y haz que salga de él todo lo que a Mí no pertenece... y deja una espina clavada en tu corazón en señal de que soy tu Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti. Después corre por todos los corazones y, punzándolos, haz que salgan de ellos todos los humos de soberbia y la podredumbre que contienen... y constitúyeme Rey en todos."

"Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi Corazón, y sentirás dolores más intensos y acerbos, porque todo lo que ves por fuera de mi Humanidad no es sino lo que rebosa de mis penas interiores... Pon atención a los latidos de mi Corazón y sentirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de quienes, con tal de conservar dignidades, cargos o riquezas, no dudan en transgredir toda ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad... Con estas espinas quiero hacer pedazos el espíritu de soberbia de "sus señorías", y con las heridas que forman en mi cabeza quiero abrirme camino en sus mentes para reordenar todas las cosas según la luz de la verdad... Con estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre como rey de sí mismo, y enseño a los que mandan que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única que es digna y capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las demás dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y que más bien hay que lamentar... Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis penas."