Julio, mes de la Preciosísima Sangre de Cristo- Día 27

Derramamiento de la Sangre Preciosísima de Jesucristo en su crucifixión
ALABANZAS A LA SANGRE DE CRISTO

Jesús, autor de nuestra salvación. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que diste tu Sangre en precio de nuestro rescate.¡Bendita es tú Sangre preciosa !
Jesús, cuya Sangre nos reconcilia con Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa !
Jesús, que con tu Sangre nos purificas a todo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tu Sangre limpias culpas. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, por cuya Sangre tenemos acceso a Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Espíritu cuando bebemos tú Sangre. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, con cuya Sangre pregustamos las delicias del cielo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tú Sangre fortaleces nuestra debilidad. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Sangre en la Eucaristía. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre es prenda del banquete eterno. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos vistes con tú Sangre como traje del Reino. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre proclama nuestro valor ante Dios. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Oración.
Jesús, Salvador nuestro, presenta al Padre Tú Sangre que, en virtud de Espíritu Santo, derramaste por nuestro amor. Purificados de nuestros pecados en el baño de esa sangre sagrada, esperamos alcanzar por ella la gracia de las gracias: nuestra salvación eterna. Así sea.
Autor: Padre Pedro García, Claretiano
I. Llegado a la cima del Calvario, después de un penoso camino en que tuvo que soportar todo el peso de la Cruz sobre sus espaldas aun bañadas en Sangre, Jesucristo fue entregado a todo el furor de los judíos, y despojado de sus vestiduras hasta de la más próxima a su carne y que el número y violencia de golpes había llegado a pegar a su piel; lo que hace decir a San Lorenzo Justiniano, en una piadosa reflexión, que sus llagas se renovaron entonces y corrió de nuevo su Sangre. 

Considera, pues, aquí, oh alma mía, el cruel dolor de Jesús, su confusión, sus oprobios, los insultos, los tormentos que este Cordero inocente tuvo que sufrir en medio de aquellos lobos llenos de rabia, ávidos de su Sangre y ansiosos por crucificarle. Sabed por lo menos de qué instrucción es para vosotros este despojo, esta desnudez. El Doctor de la Iglesia San Agustín os explica su misterio.

El Señor quiere con sus llagas y su Sangre despojarnos de los vicios a que el alma esta tan apegada. ¡Oh! ¡Y cuántos son estos apegos viciosos que predominan en nosotros, apegos tanto más perniciosos cuanto menos los conocemos! Jesús mío, por vuestra Sangre adorable haced que mi corazón se desprenda de lo que no es conforme a vuestra santa voluntad.

II. Despojado de sus vestidos, Jesús mismo va a colocarse sobre la Cruz, y extiende sobre ella sus manos y pies que los verdugos crueles tienen la barbarie de traspasar con clavos. Hacen crujir los huesos de este cuerpo sagrado y salir de sus heridas torrentes de sangre. ¡Oh! entonces, ¿quién puede expresar con palabras los dolores de Jesús en aquella efusión de Sangre? La Cruz se levanta, y se coloca en el hoyo que la está preparado, y Nuestro Señor crucificado queda expuesto a la vista de un pueblo inmenso. El sol se oscurece, las tinieblas cubren la faz de la tierra, las piedras se parten, los sepulcros se abren, los muertos resucitan, el velo del templo se rasga… Y sin embargo, Jesús ofrece su Sangre al Eterno Padre y le suplica por Ella que perdone a los que le crucifican.

Borra con esta Sangre la sentencia de condenación eterna, aplaca la justicia irritada, consuma su sacrificio, y sella con esta Sangre y su muerte el Nuevo y Eterno Testamento; de sus llagas como de vivas fuentes corre esa Sangre que riega la tierra y la purifica de sus manchas: Sanguis Christi totum abluit orbem terrarum, como dice San Juan Crisóstomo. Y ¿quién no querrá participar de esta Sangre? ¿Qué alma no deseará ver las llagas sagradas del Redentor imprimirse en su corazón con los caracteres de su Preciosísima Sangre? ¿Quién no se sentirá todo inflamado de amor hacia Jesús crucificado que nos excita a beber en esta fuente de misericordia?
COLOQUIO
Redentor mío crucificado, si alguna vez por mis pecados me he unido a los que os crucificaron, y si he abierto esas llagas crucificándoos en mi corazón, hoy, lleno de afecto y arrepentimiento, siento el más vivo dolor, y por esa Sangre sagrada que se derrama por sí misma, os pido me perdonéis. Os adoro crucificado, y uno mis adoraciones a las que vuestra Santísima Madre María, el discípulo amado San Juan, la Magdalena, las Santas mujeres, y el buen ladrón convertido; os ofrecieron en el Calvario. Vos habéis dicho que cuando fueseis levantado de la tierra atraeríais a Vos todas las cosas por la efusión de vuestra preciosísima Sangre; pues he aquí que estáis levantado de la tierra sobre la Cruz: ¿permaneceré yo siempre apegado a la tierra?

¡Oh Señor! ¡Que sea hoy glorificado vuestro nombre! La Cruz es vuestra gloria; en virtud de la Cruz nos atraéis a Vos por los lazos de la Sangre, y pues que me habéis criado por pura misericordia vuestra, pues que el Crucificado ha estado pendiente sobre la tierra por mi redención, haced, oh Dios mío, que yo no me vuelva a separar de Vos; mirad que os lo pido por los méritos de esa Sangre tan tierna que habéis derramado por mi salvación.
EJEMPLO
Al salir de su infancia Santa Catalina de Génova, tenía en su aposento una imagen de Cristo muerto. A fuerza de mirarle así traspasado y ensangrentado se sentía toda inflamada de amor por Él, y quiso en seguida hacerse religiosa. Más llegada a la edad de dieciséis años debió desposarse con un caballero de la ciudad, y desde entonces, por instigación de los suyos, se entregó a las máximas y diversiones peligrosas del siglo. No encontrando en ellas ningún placer, sino más bien remordimientos, quiso hacer e hizo una confesión general, en la que, por un favor especial de la gracia, fue de tal manera penetrada de sentimientos de contrición, que quedó como anonadada y cambiada completamente.

Se entregó a toda suerte de ejercicios de mortificación y de penitencia, repitiendo frecuentemente estas palabras: « ¡Oh amor mío! ¡No más pecar!» La contrición se aumentó y vivificó por una visión en la que el Señor crucificado se la apareció todo ensangrentado, y la decía que había sido reducido a aquel estado por los pecados de los hombres y por su amor a ellos. Tal espectáculo quedó tan grabado en su corazón, que no podía pensar en otra cosa y no hacía sino sollozar.
JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.