Julio, mes de la Preciosísima Sangre de Cristo- Día 29

En el Santo Sacrificio de la Misa se ofrece cada día la Preciosísima Sangre de Jesucristo por los mismos fines que fue ofrecida en el Calvario

ALABANZAS A LA SANGRE DE CRISTO

Jesús, autor de nuestra salvación. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que diste tu Sangre en precio de nuestro rescate.¡Bendita es tú Sangre preciosa !
Jesús, cuya Sangre nos reconcilia con Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa !
Jesús, que con tu Sangre nos purificas a todo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tu Sangre limpias culpas. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, por cuya Sangre tenemos acceso a Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Espíritu cuando bebemos tú Sangre. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, con cuya Sangre pregustamos las delicias del cielo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tú Sangre fortaleces nuestra debilidad. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Sangre en la Eucaristía. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre es prenda del banquete eterno. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos vistes con tú Sangre como traje del Reino. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre proclama nuestro valor ante Dios. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Oración.
Jesús, Salvador nuestro, presenta al Padre Tú Sangre que, en virtud de Espíritu Santo, derramaste por nuestro amor. Purificados de nuestros pecados en el baño de esa sangre sagrada, esperamos alcanzar por ella la gracia de las gracias: nuestra salvación eterna. Así sea.
Autor: Padre Pedro García, Claretiano
I. La Sangre del Cordero inmaculado fue ofrecida en la cruz, dice el Angélico Doctor Santo Tomás, para tres fines principales
: para tributar a la Divina Majestad el honor infinito que le era debido, tributo que todas las criaturas juntas no eran capaces de ofrecerle; para satisfacer a su justicia divina por todos los ultrajes recibidos de los hombres y dar gracias a su bondad infinita por todas las gracias que se digna concedernos; y en fin, para obtener las demás gracias que son necesarias a nuestra salvación.

Por estos mismos fines viene aún Jesucristo a ponerse todos los días sobre nuestros Sagrados Altares y renueva en el tremendo sacrificio la ofrenda que de su Sangre Preciosa hizo en el Calvario. Y de aquí puede cada uno comprender la excelencia y sublimidad de este Sacrificio que el Sagrado Concilio de Trento llama tesoro escondido, centro de la Religión cristiana, corazón de la devoción, sol de los ejercicios espirituales, misterio inefable que comprende los abismos de la divina caridad; y cuantas veces se celebra este terrible y Santo Sacrificio otras tantas este divino Cordero ofrece su Sangre inestimable a su Eterno Padre después de haberla vertido en el Calvario por nuestra redención, y otras tantas veces se renueva el Sacrificio que ofreció por nosotros en la Cruz.

II. ¿Y cómo se asiste a un tan santo y excelente misterio? ¿Cómo se ofrece de concierto con el sacerdote esta Sangre divina? ¡Ay! ¿Qué de irreverencias, qué de escándalos no se ven en los santos templos en el momento mismo en que se celebra este augusto y terrible misterio? ¡Puede decirse de tantos cristianos presentes a este sacrificio que asisten a él como los hebreos en el Calvario; es decir, para ultrajar a Jesús, para abrir de nuevo sus llagas, para derramar nuevamente su Sangre, y derramarla para su propia condenación en el momento mismo en que debía ofrecerla por su salvación!

¡Oh! ¡Y cómo la Sangre de Jesucristo reprobará esas almas impías y perversas! ¿Nos admiraremos ya de ver al Señor tan irritado? Vosotras, por lo menos, almas devotas de esta Preciosa Sangre, tratad de reparar las justas venganzas de Dios y ofreced con una fe viva, con una caridad ardiente, esa Sangre de propiciación por vosotros y por tantos desdichados pecadores.

Por esa Sangre adorable dad al Padre Eterno el honor que le es debido; por Ella satisfaced a su justicia ultrajada, manifestadle el más afectuoso agradecimiento y obtened la abundancia de sus gracias asistiendo devotamente al Santo Sacrificio del Altar. Que vuestras delicias sean estar con una modestia ejemplar en las iglesias donde se celebre este Sacrificio, como hacían un San Francisco de Borja y un San Carlos Borromeo, el cual decía que su única dicha, su Paraíso sobre la tierra, era estar en la iglesia y asistir al Altar Santo.

COLOQUIO
Reconozco, Jesús mío, el grande amor que habéis manifestado a vuestra Iglesia instituyendo un Sacrificio tan augusto y tan santo, por el cual cada día ofrecéis a vuestro Eterno Padre esa Sangre inestimable que ya habéis ofrecido sobre la Cruz; pero reconozco también la irreverencia con que he asistido a tan santo misterio, y la poca devoción con que he oído hasta ahora la Santa Misa. ¡Ah! ¡Paréceme oír en lo profundo del corazón las justas reconvenciones de vuestra Sangre!

Pero no será así en adelante; yo sabré apreciar el tesoro que nos habéis dejado, y no se pasará un día en que yo no os ofrezca esa Sangre uniéndome al sacerdote y uniendo también mi intención a la que Vos mismo habéis tenido, oh Jesús mío, cuando la ofrecisteis en el Altar de la Cruz; os adoraré de lo más de íntimo mi corazón, uniendo mis adoraciones a las de vuestra Santísima Madre, cuando se hallaba en el Calvario, y a las de los Ángeles y de todos los Santos que asisten a vuestro sacrificio.

EJEMPLO
San Homobono vivía en Cremona dedicado al comercio; no solamente no cometía fraudes ni injusticias, sino que su caridad y liberalidad para con los necesitados, le habían hecho merecer el nombre de padre de los pobres. Enteramente entregado a la oración, iba todas las noches a la iglesia de San Gil, y asistía con grande devoción a los Maitines, después de los cuales permanecía durante muchas horas arrodillado delante de una imagen de Jesús crucificado, tan pródigo de su Sangre con nosotros. Venía en seguida el momento de celebrar la Misa y la oía con un recogimiento y una compunción que edificaba a todos los asistentes.

Llegó, en fin, el día en que debía recibir la corona a que era acreedor, fue según costumbre a la iglesia, y después de los maitines y de la oración a los pies de su Señor crucificado se había empezado a celebrar la Misa: en el momento del Gloria in excelsis Deo, se postró y juntó su boca con la tierra sin que llamara la atención, pues que lo tenía de costumbre. Más cuando observaron que no se incorporaba al tiempo de leer el Evangelio, creyeron que se había dormido: no obstante, quisieron despertarle y hallaron que estaba muerto; al momento se esparció la noticia por todas partes y el pueblo acudió en tropel, y Dios hizo brillar su santidad con un gran número de milagros.

JACULATORIA
Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.

INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.