El grito de "Viva Cristo Rey"









Por primera vez, en México
Cuenta el padre Lauro López Beltrán que los obispos mexicanos pidieron al Papa San Pío X su beneplácito para ornamentar las imágenes del Sagrado Corazón colocando en su cabeza la corona y en sus manos el cetro, insignias de la humana realeza. Su propósito era reconocer y proclamar a Jesucristo Rey de México y del Mundo el 6 de enero de 1914, fiesta de la Epifanía del Señor, en la cual aparece su gloria al postrarse a sus plantas los Magos ofreciéndole sus dones de oro, incienso y mirra[2].

Luis Beltrán y Mendoza, adalid de la Acción Católica Mexicana, que presenció estas brillantes ceremonias, nos dice: “En aquellas memorables jornadas -lo tengo muy grabado-, los anhelos y las resoluciones de nuestra juventud se concretaron y expresaron en un grito que se les escapó del alma, en los momentos sublimes en que Monseñor Mora y del Río concluía la Consagración de nuestra Patria al Corazón de Jesús, depositando a los pies de la Sagrada Imagen la corona y el cetro. Entonces, por primera vez se escuchó el épico grito de “¡Viva Cristo Rey!”, aquel martes seis de enero del año de 1914”.

Y así es como en este acto, de enero de 1914, México se convertía en la primera nación en consagrarse como vasallo de Cristo Rey.

El grito de guerra durante la persecución religiosa en México con los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, de 1927 a 1929, fue "¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Guadalupe!", grito que sigue vivo en el corazón del pueblo católico mexicano.

La idea de una contra-sociedad católica y la oposición al poder encontraron una convergencia en la realeza de Cristo, que se convirtió en una forma fuerte de identificación. Por ello, los mártires mejicanos murieron gritando: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!

El grito de “¡Viva Cristo Rey!” selló los labios de los mártires, porque vivieron una fe que tenía sus raíces más profundas en la realeza divina de Cristo y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.


¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Era el grito de guerra de los cristeros mexicanos, que con justa razón son llamados los «últimos grandes cruzados» de la Cristiandad. Estos combatientes católicos, llamados «cristeros» por sus enemigos, -debido a su grito de guerra-, son un «claro reflejo de un pueblo cristiano que se resiste a morir a manos de la revolución moderna».

México católico
No puede entenderse el levantamiento cristero sin remontarse a España, la nación que plantó la semilla del evangelio en México, llamado antes de su independencia, Nueva España. La herencia más importante que dejó en los pueblos americanos fue la religión y eso lo comprendieron muy bien sus hijos. 
Por ello, Anacleto González Flores, escribió:
  «Junto a España accede a nuestra tierra la Iglesia Católica, quien bendijo las piedras con que aquélla cimentó nuestra nacionalidad. Ella encendió en el alma oscura del indio la antorcha del Evangelio. Ella puso en los labios de los conquistadores las fórmulas de una nueva civilización. Ella se encontró presente en las escuelas, los colegios, las universidades, para decir su palabra desde lo alto de la cátedra. Ella estuvo presente en todos los momentos de nuestra vida: Nacimiento, estudio, juventud, amor, matrimonio, vejez, cementerio. Concretado el glorioso proyecto de la hispanidad aflora en el horizonte el fantasma del anti-catolicismo, y la anti-hispanidad.

Es el gran movimiento subversivo de la modernidad, encarnado en tres enemigos: La Revolución, el Protestantismo y la Masonería»
2
Antecedentes del levantamiento cristero
Sin embargo, luego de la independencia, los sucesivos gobiernos liberales intentaron disminuir la influencia católica introduciendo leyes contra ella. Desde la Constitución de 1857 se dan una seguidilla de leyes anticlericales, aunque no son aplicadas, que presagian futuros conflictos.

El 6 de enero de 1914, con autorización de San Pío X, México se consagra al Sagrado Corazón de Jesús, proclamándolo como rey. Ese día, en la Catedral de la Capital, resuenan por primera vez los gritos de Viva Cristo Rey. Los revolucionarios constitucionalistas ven esta consagración una afrenta al orden revolucionario y un peligro para sus intereses políticos.


En 1924 se celebra el Congreso Nacional Eucarístico en la capital mexicana. Las últimas palabras pronunciadas en el Congreso parecen profetizar la guerra cristera:
«Ángeles santos, que cálices preciosos recibís la Sangre que brota de esas Llagas, ¡no llenéis hasta los bordes! ¡Dejad lugar para la sangre nuestra! ¡Queremos como el gran San Pablo, poner en las tribulaciones nuestras lo que falta a la Pasión de Cristo, para que México, el hijito mimado de María de Guadalupe, sea también el soldado más valiente del Rey muerto que reina vivo!».3

Ruptura de las relaciones entre la Iglesia y el Estado
En 1925 el gobierno revolucionario mexicano, ante la imposibilidad de someter a la Iglesia a su voluntad, decide crear una iglesia nacional mexicana separada de Roma, en la que el poder político pueda elegir a los obispos. Se la denominará Iglesia Católica Apostólica Mexicana, se cierran iglesias y se expulsa a los párrocos legítimos.

En 1926, el presidente, Plutarco Elías Calles intensifica las leyes anticlericales y las pone en práctica con toda la intensidad posible. La «Ley Calles» penaliza toda práctica religiosa.

La «contrarrevolución» cristera
¿Qué debía hacer el orbe católico? ¿Resignarse o actuar?

Las asociaciones católicas se unen y fundan la Liga Nacional de la Defensa Religiosa, bajo la presidencia de Anacleto González Flores. Este movimiento fue fundamental para la organización del levantamiento cristero. Al principio, buscó por medios pacíficos revocar la Ley Calles, con boicots y medios de prensa, pero como todo fue en vano, se aboca a lucha armada.

La guerra cristera es una respuesta- quizá la más gloriosa- del pueblo católico ante la opresión de la Revolución.

La Cristiada

El 31 de julio de 1926 fue el último día anunciado por el gobierno y el episcopado mexicano para mantener el culto católico público.

Los laicos veían que el templo quedaba vacío y el gobierno quería apropiarse de las iglesias. Los parroquianos querían defender las iglesias. Comenzaron los enfrentamientos, martirios y profanaciones.
«Los templos cerrados y el dolor de la gente ante la suspensión del culto era tan grande que apenas podía soportarlo el simple fiel; “Dios se iba de los altares” —decían—; “no está aquí”, se podía ver escrito en los sagrarios abandonados.

La jerarquía eclesiástica había predicado la paz, apoyado el boicot, suspendido el culto público, sin embargo, todo parecía en vano pues las tiranteces no aflojaban y los levantamientos espontáneos eran cada vez mayores; se trataba de un hecho consumado».4


Con un gran sentido común, el cristero Ezequiel Mendoza decía así, mostrando el sentir común popular:
«Pienso que es mejor morir peleando por Cristo Rey, la Virgen de Guadalupe y por toda la familia de ellos, y no dar un solo paso en contra del único Dios verdadero, aunque se enoje el diablo. La guerra era desde luego justa, y en guerra justa es conveniente matar a los enemigos de Dios, porque si nosotros no los matamos a ellos, ellos sí nos matan a nosotros y además seríamos culpables si pudiendo evitar los males no lo hacemos; porque tanto peca el que mata la vaca como el que le alza la pata».5

Al principio, a falta de un jefe único, luchaban dispersos, pero en julio de 1927 los jefes de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDR), contratan al general Enrique Gorostieta, hombre de un gran talento militar. A él se debe que las fuerzas cristeras alcanzaran el nivel de un ejército organizado y disciplinado. Al principio, Gorostieta se mostró un tanto liberal y agnóstico, pero luego, conquistado por la fe de sus guerreros, entendió que la causa era santa y fue capaz de dar su vida también pronunciando ¡Viva Cristo Rey!

Práctica religiosa en los campamentos
Cuando podía tenerse un capellán entre las filas, la Santa Misa era cosa normal, dando sentido a la resistencia: «misa diaria, misa de acción de Gracias al día siguiente de una victoria (…), misa por el descanso del alma de los difuntos, misa solemne de tropa a la cual asistía toda la población y en la que los soldados rendían honores al Santísimo Sacramento, solemnidades extraordinarias de la Semana Santa vivida con un nuevo fervor, en la experiencia de la Pasión, grandes fiestas eucarísticas y cristológicas, la más grande de las cuales era la de Cristo Rey. 
En los campamentos cristeros, cuando era posible, el Santísimo Sacramento estaba expuesto, y los soldados, por grupos de quince o veinte, practicaban la adoración perpetua (…). . Los sacerdotes que permanecían con los cristeros se pasaban el tiempo confesando, bautizando, casando, organizando ejercicios espirituales y haciendo misiones»6

Las Brigadas Santa Juana de Arco
La colaboración femenina fue fundamental en la guerra cristera, pues ellas se encargaban del apovisionamiento de los cristeros que se encontraban al frente en diversos lugares. Hacía poco que la iglesia había canonizado a esta santa guerrera y las mujeres se pusieron bajo su patronazgo, por «Dios y la patria». El movimiento trabajaba en la clandestinidad, imponiendo a sus integrantes un juramento de obediencia y secreto.
Las mujeres; viudas, esposas, hermanas, etc., jugaron un papel preponderante al organizar las Brigadas Femeninas Juana de Arco, responsables del abastecimiento de armas, municiones y cuidado de los cristeros heridos.

Su juramento era el siguiente: 
«Ante Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ante la Santísima Virgen de Guadalupe, y ante la faz de mi Patria, yo X, juro que aunque me martiricen o me maten, aunque me halaguen o prometan todos los reinos del mundo, guardaré todo el tiempo necesario secreto absoluto sobre la existencia y actividades, sobre los nombres de personas, domicilios, etc. Con la Gracia de Dios, primero moriré que convertirme en delatora». 
Este juramento, muchas la llevaron hasta sus últimas consecuencias, pues en verdad dieron su vida, no sin antes pasar por torturas y vejámenes.

Muestras de heroísmo

El primer mártir fue José García Farfán, quien había colgado en su comercio varios carteles con la inscripción: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Sólo Dios no muere!. Por tal motivo, fue preso y antes de fusilarlo, el Gral. Amaya, con despiadado sarcasmo dijo a García Farfán:
—A ver ahora cómo mueren los católicos…
—Así —respondió el mártir, y estrechó el crucifijo de su rosario contra su pecho, al tiempo que gritaba: ¡Viva Cristo Rey!

Las balas atravesaron su cuerpo; pero allá, en el aparador de su comercio, un letrero proclamaba: «¡Dios no muere!».

Tomás de la Mora, un niño de 16 años, fue detenido por guardar en su casa imágenes religiosas y luego, degollado.
A un hombre, le cortaron la comisura de los labios por gritar Viva Cristo Rey, como seguía gritando, le cortaron la planta de los pies y luego lo fusilaron.
A un zapatero llamado Florentino Alvarez, lo fusilaron por tener una estampa de Cristo Rey.

Era común escuchar frases como: «me voy al cielo»; «aprovechemos ahora»; «vale la pena», etc. Es que, como decían, el cielo «estaba barato»:
Hay que ganar el cielo ahora que está barato; nuestros abuelos, cuántas ganas les hubieran tenido de ganarse la gloria así y ahora Dios nos la da, ya me voy (…).
A su madre, el joven Honorio Lamas, ejecutado en compañía de su padre Manuel, dejóle este consuelo: ¡Qué fácil está el cielo ahorita, mamá!7

José Sánchez del Río,


 niño de 13 años, hoy santo canonizado, cuando fue apresado, escribió a su madre: Mamita: Ya me apresaron y me van a matar, estoy contento. Lo único que siento es que tú te aflijas. No vayas a llorar, en el cielo nos veremos. José, muerto por Cristo Rey.

José fue vilmente torturado, le cortaron las plantas de los pies y lo condujeron descalzo al cementerio del pueblo; en todo el trayecto, José, iba dando gritos y vivas a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe. Uno de sus verdugos, le preguntó:
¿Qué quieres que le digamos a tus padres?

Y José, con gran esfuerzo llegó a decir una vez más:
—¡Que Viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos!

Fueron sus últimas palabras; el puñal y un tiro en la sien hicieron el resto.
Y así, en cada familia había al menos, un mártir.

Anacleto González Flores

Este gran héroe laico, a quienes llamaban el «maistro», por ser un auténtico formador de almas, supo forjar en los católicos de su tiempo el ideal del combate. Por ello, el ejército revolucionario lo persiguió hasta encontrarlo, lo sometió a terribles torturas antes de finalmente fusilarlo.

Las palabras de Anacleto al momento de su muerte fueron ampliamente conocidas y fortalecieron el ánimo de quienes estaban en la lucha:

«General, perdono a usted de corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar, será su Juez, y entonces tendrá usted en mí, un intercesor con Dios (…). Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria… Por segunda vez oigan las Américas este santo grito: ¡Yo muero, pero Dios no muere!¡Viva Cristo Rey!»8

Miguel Agustín Pro

Miguel Agustín Pro nació en Guadalupe, Zacatecas, en el centro de México, en 1891. Ingresó a la Compañía de Jesús (los jesuitas) en 1911, justo cuando comenzaba la Revolución Mexicana, y fue ordenado sacerdote en 1925.

Cuando el Padre Pro regresó a México en 1926 para servir en Veracruz, se vio obligado a pasar a la “clandestinidad”.

Hasta el final, el Padre Pro abrazó su fe. El 23 de noviembre de 1927, mientras conducían al padre Pro desde su celda de la prisión al patio donde el pelotón de fusilamiento le quitaría la vida, se detuvo y bendijo a los soldados. Hizo una pausa por un minuto, se arrodilló en el suelo y oró en silencio. El padre Pro rechazó una venda en los ojos y en cambio se enfrentó a sus verdugos con un crucifijo en una mano y un rosario en la otra. Extendió los brazos a imitación de Cristo crucificado y gritó: “¡Que Dios tenga misericordia de vosotros! ¡Que Dios te bendiga! ¡Señor, tú sabes que soy inocente! De todo corazón perdono a mis enemigos”.

Sus últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento fueron “Viva Cristo Rey”.
 Un testigo relata:
«Lentamente fue conducido por sus verdugos que lo acompañaban en su procesión hacia el martirio, uno de ellos, le pidió que lo perdonara, «No solamente le perdono -respondió-, sino que le doy las gracias». Después se colocó en el lugar señalado, de frente al pelotón. Le preguntaron si deseaba alguna cosa. «Que me permitan rezar», contestó. Se puso de rodillas, se santiguó lentamente, cruzó los brazos sobre el pecho, ofreció a Dios el sacrificio de su vida, besó devotamente el pequeño crucifijo que tenía en la mano y se levantó. Con una mano apretaba el crucifijo y con la otra, el rosario. Luego extendió sus brazos en cruz, levantó sus ojos al cielo y dio la señal a los francotiradores».
Este sacerdote, como muchos otros, prefirió la muerte antes que renegar de Cristo; esta es la gesta heroica de los mexicanos que recibieron el nombre de «cristeros»

Los «arreglos»

El ejército revolucionario comenzaba a perder y decidió buscar un arreglo con la Iglesia. El mismo, consistía en que los cristeros debían entregar sus armas y el gobierno, a cambio, les perdonaría la vida. Los cristeros sabían que ese acuerdo no se cumpliría, aún así, acataron ante el pedido de sus pastores. Al final, los cristeros entregaron las armas y el gobierno, no cumpliendo su promesa, los persigue hasta 30 años después.

Así termina un capítulo glorioso de una guerra victoriosa para el cielo, digna de estar entre las grandes epopeyas cristianas.

El 21 de junio de 1929 finalizó oficialmente la Guerra Cristera en México tras la firma de los acuerdos entre el Arzobispo mexicano Leopoldo Ruiz y Flóres, como delegado apostólico del Papa Pío XI, y el entonces presidente del país, Emilio Portes Gil.

CITAS
[1] Andrés Azkue, Historia viva, La Cristiada, Balmes, Barcelona, 2000.
[2] Citado por Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades. La gesta de los cristeros, Gladius, Buenos Aires 2012.
[3] Citado por Andrés Azkue, Historia viva, La Cristiada, Balmes, Barcelona, 2000.
[4] Javier Olivera, La contrarrevolución cristera, Katejón, Buenos Aires, 2017.
[5] Ibidem
[6] Citado por Javier Olivera, La contrarrevolución cristera, Katejón, Buenos Aires, 2017.
[7] Ibidem
[8] Ibidem


¿Sabías que México ha renovado su consagración en varias ocasiones a Cristo Rey?

Primera Consagración
Esta consagración ocurrió en el año 1914, antes del inicio de la persecución religiosa. En aquel año, el Arzobispo de México, José María Mora del Río, depositó a los pies de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, el 11 de enero de 1914, una ofrenda para pedir la paz en México, mientras muchos de los presentes aclamaban: “¡Viva Cristo Rey!”.

1a Renovación de Consagración
La segunda consagración ocurrió 10 años después, el 11 de octubre de 1924, en el marco del Congreso Eucarístico de aquel año, en plena persecución religiosa y poco antes de estallar la Guerra Cristera.

2da. Renovación de  Consagración
La tercera consagración fue 90 años más tarde, el 23 de noviembre de 2013. En esa fecha, el Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera Carrera, presidió la coronación de un monumento dedicado a Cristo Rey en la Basílica de Guadalupe, como un legado de paz, amor y esperanza para el pueblo de México y sus futuras generaciones.

Aquel acontecimiento tuvo la finalidad de renovar la consagración del país a Cristo Rey, justo un día antes de la conclusión del Año de la Fe, proclamado por el Papa Benedicto XVI y clausurado por el Papa Francisco.



Un grito de guerra
se escucha en la faz de la tierra
y en todo lugar.

Los prestos guerreros empuñan su espada
y se alistan para pelear.
Para eso han sido entrenados.
Defenderán la Verdad.
Y no les será arrebatado
¡el fuego que en su sangre está!

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
El grito de guerra que enciende la tierra…
¡Viva Cristo Rey! Nuestro Soberano Señor.
Nuestro Capitán y Campeón.
¡Pelear por Él es todo un honor!

Sabemos que esta batalla no es fácil,
y muchos se acobardarán.
Y bajo los dardos de nuestro enemigo sin duda perecerán
Yo tendré mi espada en alto, como la usa mi Señor
A Él nada lo ha derrotado.
¡Su fuerza es la de Dios!

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
El grito de guerra que enciende la tierra…
¡Viva Cristo Rey! Nuestro Soberano Señor.
Nuestro Capitán y Campeón.
¡Pelear por Él es todo un honor!

No conocemos mayor alegría,
no existe más honroso afán,
que con mis hermanos estar en la línea
y juntos la vida entregar.

A Él que merece la gloria
y nos reclutó por amor.
Ante Él la rodilla se dobla
¡y se postra el corazón!

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
El grito de guerra que enciende la tierra…
¡Viva Cristo Rey! Nuestro Soberano Señor
Nuestro Capitán y Campeón.
¡Pelear por Él es todo un honor!
¡Viva Cristo Rey!

El grito de guerra que enciende la tierra…
¡Viva Cristo Rey! Nuestro Soberano Señor.
Nuestro Capitán y Campeón.
¡Pelear por Él es todo un honor!
¡Pelear por Él es todo un honor!